No te entremetas con el suelto de lengua

Es bueno mantenerse apartado de las personas chismosas, de aquellas que no tienen control sobre su lengua y que, con sus palabras, siembran división y discordia entre los demás. La Biblia, con gran sabiduría, nos advierte en múltiples pasajes sobre el peligro del chisme y del hablar sin prudencia. Las palabras tienen poder: pueden edificar, pero también destruir. Por eso, el creyente debe aprender a usar su boca para bendecir, no para difamar. El chisme es un veneno espiritual que contamina el corazón, destruye relaciones y debilita la comunión entre los hermanos.

Cuando nos juntamos con personas chismosas, corremos el riesgo de participar en sus malas conversaciones, de ser cómplices de su pecado. La Escritura nos enseña que “las malas conversaciones corrompen las buenas costumbres” (1 Corintios 15:33), y esto se aplica perfectamente al chisme. Quien se deleita en escuchar o repetir rumores sin fundamento se aleja del carácter de Cristo, quien nos llamó a ser pacificadores y no sembradores de contienda. El chisme nunca construye; siempre destruye. Detrás de cada palabra malintencionada hay corazones que sufren, amistades rotas y la tristeza del Espíritu Santo.

El chismoso no mide las consecuencias de sus palabras. Su deseo de sentirse importante o de llamar la atención lo lleva a revelar secretos ajenos, a divulgar asuntos privados, y en el proceso, hiere, divide y destruye. La Palabra de Dios lo describe con precisión y nos da una clara advertencia:

Vivimos en tiempos donde la curiosidad y el morbo abundan, donde las redes sociales se han convertido en plataformas de chismes y calumnias. Pero los hijos de Dios deben ser diferentes. El cristiano verdadero se abstiene de participar en conversaciones dañinas, busca la verdad, guarda silencio cuando es prudente y ora por los demás en lugar de difamarlos. Nuestro testimonio debe ser de integridad, de prudencia y de amor. En lugar de repetir rumores, debemos repetir promesas; en lugar de destruir reputaciones, debemos levantar vidas con palabras de ánimo.

Por eso, hermanos, alejémonos de los chismosos y pidamos a Dios un corazón puro y una lengua que bendiga. Si en algún momento hemos sido partícipes del chisme, pidamos perdón y cambiemos nuestra manera de hablar. Que de nuestra boca no salgan palabras corruptas, sino las que edifiquen (Efesios 4:29). Dios nos cuide de este mal que tanto daño hace, y nos ayude a ser instrumentos de paz, no de división. Recordemos: el silencio del sabio vale más que mil palabras del necio. Que el Señor nos conceda la gracia de hablar siempre con verdad, amor y prudencia.

El bien no se apartará de ti si andas en integridad
Dios levanta del polvo al pobre

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