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Dios es el juez; A éste humilla, y a aquél enaltece

Mas Dios es el juez; A este humilla, y a aquel enaltece.

Esta es la paga inevitable para los malvados, para los impíos de la tierra que han endurecido su corazón y caminan con soberbia. Aquellos que viven sin misericordia, que se glorían en su propia fuerza y menosprecian al Altísimo, recibirán el justo juicio del Dios Todopoderoso. El corazón enaltecido siempre será abatido, porque el Señor no comparte Su gloria con nadie. El hombre que se exalta, creyéndose autosuficiente, será humillado delante de Dios y puesto en su lugar, porque toda altivez será derribada y solo la humildad prevalecerá ante el trono celestial.

La Palabra de Dios enseña que la prosperidad del impío no durará. Aunque por un tiempo parezca florecer y tener abundancia, su final será amargo. El salmista dijo que había visto al impío extenderse como árbol verde, pero luego pasó, y no apareció más (Salmos 37:35-36). Así sucede con aquellos que basan su vida en la arrogancia y en el desprecio de la justicia divina. Sus pies tropezarán, sus caminos serán oscurecidos, y la memoria de su nombre se desvanecerá. Porque el Dios justo y verdadero retribuye a cada uno conforme a sus obras; y las obras del soberbio solo pueden traer condenación.

Por eso, tú que tienes un corazón altivo, reflexiona ante la majestad de Dios. ¿Qué podrá presentar el hombre arrogante delante del juez del universo? Aquel que mide los corazones no se impresiona con títulos, riquezas ni palabras. Él pesa el espíritu y mira la intención más profunda del ser humano. Los soberbios serán avergonzados y los humildes serán exaltados. Así lo declara el salmista en un versículo que resume la justicia divina:

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Mas Dios es el juez;
A este humilla, y a aquel enaltece.
Salmos 75:7

Este texto revela una verdad profunda e inmutable: Dios gobierna con justicia perfecta. No hay favoritismo en Su juicio. Él exalta a los que se humillan bajo Su mano poderosa y derriba a los que se glorían en su propio orgullo. El altivo puede recibir honores de los hombres, pero nunca la aprobación de Dios. El humilde, en cambio, puede ser despreciado por el mundo, pero será levantado en alto en el Reino de los cielos. Por tanto, todo aquel que busca agradar a Dios debe renunciar al orgullo y revestirse de mansedumbre, siguiendo el ejemplo de Cristo, quien siendo Dios, se humilló a sí mismo hasta la muerte, y muerte de cruz (Filipenses 2:8).

El corazón arrogante siempre conduce a la ruina. Proverbios 16:18 nos advierte que “antes del quebrantamiento es la soberbia, y antes de la caída la altivez de espíritu”. Cuántos hombres y mujeres, cegados por su propia vanagloria, se han levantado contra Dios, creyendo que pueden prescindir de Él, y al final han sido destruidos por su propia arrogancia. El orgullo separa al hombre de su Creador, mientras que la humildad lo acerca a Su gracia y perdón.

Por eso, amados, el camino correcto es el de la reconciliación con Dios. Es mejor humillarse ahora en arrepentimiento que ser humillado en el día del juicio. Quien se rinde ante el Señor y reconoce su necesidad de Su misericordia, encontrará perdón y vida eterna. Pero aquel que persiste en su altivez, rechazando el consejo del Altísimo, cosechará el fruto de su rebeldía. El Señor humilla a unos y enaltece a otros, porque Él no puede ser burlado.

¿Deseas ser enaltecido por Dios? Entonces deja la altivez y camina en obediencia. Vive con piedad, cumple rectamente Su Palabra, y en aquel gran día serás hallado digno de morar con Él por toda la eternidad. Pero los que se mantengan en su orgullo, aquellos que cometieron impiedades sin arrepentirse, tendrán un destino triste y eterno. Serán apartados del Señor y echados al lago de fuego y azufre, donde no habrá descanso. Que Dios tenga misericordia de nosotros, y nos conceda un espíritu humilde, para que podamos ser exaltados en Su Reino y hallados dignos ante Su presencia gloriosa.

Si pecas voluntariamente, ya no queda más sacrificio por los pecados
Dios exalta a los humildes y humilla a los impíos
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