Dios exalta a los humildes y humilla a los impíos

Oh hermanos, mantengamos la paz y la confianza en nuestro corazón, sabiendo que la misericordia y la bondad del Señor nos acompañarán todos los días de nuestra vida. Dios es fiel para sostenernos y guiarnos por sendas de justicia, pero nos pide una condición esencial: seguid la humildad. Esta virtud es la que más agrada al corazón de Dios, pues Él mira de lejos al altivo, pero al humilde le concede gracia. La humildad no es debilidad, sino fuerza bajo control, es reconocer que sin Dios nada somos y que toda gloria le pertenece solo a Él.

A lo largo de la historia bíblica vemos cómo Dios ha exaltado a los humildes y ha derribado a los soberbios. El mismo Cristo, siendo el Hijo de Dios, nos dio ejemplo de verdadera humildad al despojarse de Su gloria para hacerse hombre y servirnos. Siendo Rey, se ciñó una toalla para lavar los pies de Sus discípulos. Por eso, aquel que sigue al Maestro debe reflejar Su carácter y aprender de Su mansedumbre. No hay honra más grande que ser hallado humilde delante de los ojos del Señor.

El salmista, inspirado por el Espíritu Santo, nos recuerda que Dios exalta a los humildes, pero a los impíos y orgullosos los derriba. En Su justicia perfecta, el Señor recompensa a los que se humillan ante Él y resiste a los que se creen autosuficientes. Así lo expresa la Escritura:

No debemos dejarnos engañar por las apariencias. Los altivos pueden parecer prósperos por un momento, pueden gozar de poder, riquezas o fama, pero su fin será triste si no buscan al Señor. Todo lo que no está cimentado en la humildad y el temor de Dios, se desmoronará. Los humildes heredarán la tierra, pero los arrogantes serán desarraigados. Así lo ha establecido el Dios justo y eterno.

Hermanos, aprendamos a valorar la humildad como un tesoro celestial. Ser humilde no es pensar menos de uno mismo, sino pensar menos en uno mismo y más en los demás. Es reconocer que todo lo que tenemos proviene del Señor. Agradezcamos Su bondad y pidamos cada día que nos dé un corazón sencillo, libre de orgullo, dispuesto a servir. Alabemos a Dios por Su bondad maravillosa y roguemos que Él nos mantenga firmes y humildes, para que en Su tiempo nos exalte. Porque todo aquel que se humilla será enaltecido, y todo el que se enaltece será humillado.

Que el Señor nos ayude a caminar siempre con mansedumbre, con gratitud y obediencia, sabiendo que el Altísimo exalta a los humildes y humilla a los soberbios. Vivamos de manera que reflejemos Su carácter, recordando que el verdadero poder no está en la arrogancia, sino en la humildad del corazón que se rinde completamente ante Dios.

Dios es el juez; A éste humilla, y a aquél enaltece
Maldito el que engaña

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