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Bienaventurados los que son llamados a la cena de las bodas del Cordero

Y el ángel me dijo: Escribe: Bienaventurados los que son llamados a la cena de las bodas del Cordero. Y me dijo: Estas son palabras verdaderas de Dios.

Todos aquellos que buscaron al Señor con sinceridad, que permanecieron firmes en Sus caminos y no se dejaron arrastrar por las corrientes del mundo, serán contados entre los bienaventurados que participarán de la gloriosa cena de las bodas del Cordero. Este será el cumplimiento de la esperanza de todos los santos, un día lleno de gozo y majestad en el cual el pueblo de Dios se unirá al Cordero en una comunión eterna. ¡Qué maravilloso será estar allí, vestidos de lino fino, blanco y resplandeciente, símbolo de las obras justas de los santos!

Procuremos, hermanos, vivir de tal manera que podamos ser llamados a ese banquete celestial. La invitación ya ha sido extendida, pero solo aquellos que perseveran en la fe, guardan su corazón limpio y caminan bajo la gracia del Señor podrán entrar. No basta con escuchar el llamado, hay que responderlo con una vida consagrada. Este gran acontecimiento marcará el triunfo definitivo del bien sobre el mal, el inicio de la eternidad junto al Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Pronto sonarán las trompetas del cielo, y ese sonido anunciará el momento en que los fieles serán reunidos en la presencia gloriosa del Señor.

El apóstol Juan, mientras estaba en el Espíritu, recibió una visión majestuosa del cielo, una revelación que describía este gran acontecimiento. En su relato inspirado, escuchó palabras llenas de verdad y esperanza, que hoy nos llenan de aliento y expectativa:

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Y el ángel me dijo: Escribe: Bienaventurados los que son llamados a la cena de las bodas del Cordero. Y me dijo: Estas son palabras verdaderas de Dios.
Apocalipsis 19:9

Qué promesa tan gloriosa. Estas palabras no son una alegoría ni un simple símbolo, sino una realidad futura que aguarda a los que aman al Señor. Ser parte de la cena de las bodas del Cordero es el mayor honor que un ser humano podría recibir. Es el cumplimiento de la redención, el momento en que la Iglesia, como novia preparada, se une para siempre con su Esposo celestial. Allí no habrá más dolor, ni pecado, ni muerte, porque todo lo viejo habrá pasado y todo será hecho nuevo.

Por eso, debemos mantenernos vigilantes, con las lámparas encendidas y el corazón preparado, como las vírgenes prudentes que esperaban al esposo. No dejemos que el sueño espiritual nos robe la oportunidad de estar presentes en ese banquete eterno. Cada oración, cada sacrificio y cada acto de fidelidad nos acercan más a ese día glorioso. Es tiempo de reafirmar nuestra fe, de renovar nuestro compromiso con el Señor y de caminar en santidad, sabiendo que Él vendrá pronto.

Recuerda, amado lector, que el Dios soberano, que vive por los siglos de los siglos, cumple Su palabra. Él llamará a los suyos por nombre, uno a uno, y los hará participar de Su gran celebración. Será el día más sublime en la historia de la redención, el encuentro entre el Creador y Sus redimidos. Por eso, caminemos con rectitud, sirvamos con amor, y esperemos con fe, porque los bienaventurados que son llamados a la cena del Cordero gozarán de Su presencia por toda la eternidad.

Que este mensaje despierte en nosotros el anhelo de vivir en obediencia, perseverancia y pureza, aguardando aquel gran día. Bendito sea el Cordero que fue inmolado y que nos ha hecho dignos de participar de Su mesa. ¡Gloria a Dios por los siglos de los siglos! Amén.

Maldito el que engaña
Allí estaré alabando a Dios
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