Todos aquellos que buscaron al Señor con sinceridad, que permanecieron firmes en Sus caminos y no se dejaron arrastrar por las corrientes del mundo, serán contados entre los bienaventurados que participarán de la gloriosa cena de las bodas del Cordero. Este será el cumplimiento de la esperanza de todos los santos, un día lleno de gozo y majestad en el cual el pueblo de Dios se unirá al Cordero en una comunión eterna. ¡Qué maravilloso será estar allí, vestidos de lino fino, blanco y resplandeciente, símbolo de las obras justas de los santos!
Procuremos, hermanos, vivir de tal manera que podamos ser llamados a ese banquete celestial. La invitación ya ha sido extendida, pero solo aquellos que perseveran en la fe, guardan su corazón limpio y caminan bajo la gracia del Señor podrán entrar. No basta con escuchar el llamado, hay que responderlo con una vida consagrada. Este gran acontecimiento marcará el triunfo definitivo del bien sobre el mal, el inicio de la eternidad junto al Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Pronto sonarán las trompetas del cielo, y ese sonido anunciará el momento en que los fieles serán reunidos en la presencia gloriosa del Señor.
El apóstol Juan, mientras estaba en el Espíritu, recibió una visión majestuosa del cielo, una revelación que describía este gran acontecimiento. En su relato inspirado, escuchó palabras llenas de verdad y esperanza, que hoy nos llenan de aliento y expectativa:
Recuerda, amado lector, que el Dios soberano, que vive por los siglos de los siglos, cumple Su palabra. Él llamará a los suyos por nombre, uno a uno, y los hará participar de Su gran celebración. Será el día más sublime en la historia de la redención, el encuentro entre el Creador y Sus redimidos. Por eso, caminemos con rectitud, sirvamos con amor, y esperemos con fe, porque los bienaventurados que son llamados a la cena del Cordero gozarán de Su presencia por toda la eternidad.
Que este mensaje despierte en nosotros el anhelo de vivir en obediencia, perseverancia y pureza, aguardando aquel gran día. Bendito sea el Cordero que fue inmolado y que nos ha hecho dignos de participar de Su mesa. ¡Gloria a Dios por los siglos de los siglos! Amén.