El Dios de los ejércitos, fuerte y poderoso, siempre ha sido el escudo protector de Su pueblo. A lo largo de toda la historia bíblica vemos cómo el Señor levantó murallas, abrió caminos y extendió Su mano para librar a los Suyos de todo peligro. Cuando los enemigos rodeaban al pueblo de Israel, Dios mismo peleaba por ellos. Cuando los justos clamaban, Él escuchaba su voz y los rescataba de la angustia. Este mismo Dios sigue siendo hoy nuestra fortaleza, nuestra defensa y nuestra roca firme. Nada ni nadie puede tocar a los que confían plenamente en Él, porque el Altísimo es escudo y refugio para todos los que buscan Su amparo.
El Señor no cambia; Su fidelidad permanece de generación en generación. Dios no desampara a Su pueblo, porque lo ha escogido para ser Su heredad. Él no olvida las promesas que ha hecho, ni abandona a los que guardan Su pacto. Cuando las fuerzas humanas fallan, cuando los enemigos parecen más poderosos, Dios se levanta como guerrero victorioso y muestra Su gloria. En los momentos de mayor prueba, Su presencia se hace evidente, y el corazón del creyente puede descansar sabiendo que el Señor está al mando. Él comanda las batallas, confunde a los adversarios y deja avergonzados a los que se levantan contra Sus hijos.
El profeta Samuel proclamó una verdad eterna cuando dijo: “Jehová no desamparará a su pueblo, por su grande nombre; porque Jehová ha querido haceros pueblo suyo.” (1 Samuel 12:22). Estas palabras nos recuerdan que el poder y la misericordia de Dios no dependen de nuestros méritos, sino de Su grandeza. Su amor es la razón por la que seguimos en pie; Su gracia es la que nos sostiene cada día. Él nos ha hecho parte de Su pueblo, y esa elección divina es irreversible. Por amor a Su nombre, el Señor protegerá a los que le pertenecen y no permitirá que sean destruidos por las fuerzas del mal.
Por eso, no dejes de orar. No te apartes del camino. Persevera en la fe. Cuando sientas que la carga es pesada, recuerda que el Señor es tu escudo, tu ayuda y tu guardador. Como dice el salmista: “Jehová es mi luz y mi salvación; ¿de quién temeré? Jehová es la fortaleza de mi vida; ¿de quién he de atemorizarme?” (Salmo 27:1). Confía en Él con todo tu corazón, porque el Dios que protegió a Israel es el mismo que hoy protege tu vida. Él es tu escudo protector y estará contigo todos los días, hasta el fin del mundo. Amén.