Cuando hablamos de estar revestidos, nos referimos a que nuestras vidas deben estar sujetas y cubiertas por la sangre del cordero de Dios, ya que de esta forma estaríamos preparados para poder contrarrestar las malicias y ataques del enemigo.
Es por eso que debemos estar cubiertos con Su escudo, porque cuando venga el enemigo para querer arrastrarnos, no nos llevará porque ya hemos sido cubiertos con Su poder.
Es por eso que debemos confesar y aceptar a nuestro Señor, siendo así bautizados en Su nombre, siendo sellados con Su Espíritu Santo, como nos dice el versículo siguiente:
Amados hermanos en Cristo, si estamos revestidos todos por Dios, nos sentiremos seguros y podremos seguir adelante en este camino hasta que Él venga a buscar a Su pueblo. Pidamos fuerzas para poder resistir los días malos que puedan venir.
Ser revestidos de Cristo no es simplemente una expresión simbólica, sino una realidad espiritual profunda. Significa dejar atrás la vieja naturaleza, aquella que actuaba según los deseos de la carne, y adoptar la nueva vida que se manifiesta en justicia, amor y santidad. Este revestimiento no se logra por mérito humano, sino por la gracia de Dios, quien nos da el privilegio de ser llamados Sus hijos.
Así como un soldado se prepara para la batalla poniéndose su armadura, también el creyente debe prepararse cada día con la armadura espiritual que Dios le ofrece. El apóstol Pablo, en su carta a los Efesios, nos habla de esta armadura espiritual que incluye el yelmo de la salvación, la coraza de justicia, el cinturón de la verdad, el escudo de la fe y la espada del Espíritu, que es la Palabra de Dios. Cuando estamos cubiertos con estas virtudes, el enemigo no puede hacernos daño.
Revestirse de Cristo implica también reflejar Su carácter. Cuando otros nos miran, deben ver en nosotros el amor, la humildad, la paciencia y la misericordia del Señor. Cada día tenemos la oportunidad de mostrar que Cristo vive en nosotros, no solo con palabras, sino con hechos que glorifiquen Su nombre.
En tiempos de prueba y dificultad, es cuando más debemos recordar esta verdad. El enemigo intentará desanimarnos, hacernos dudar de nuestra fe, o convencernos de que no somos dignos del amor de Dios. Pero si estamos revestidos de Cristo, podremos resistir cada ataque y mantenernos firmes. Recordemos que no estamos solos; el mismo Espíritu Santo que nos selló nos acompaña y fortalece cada día.
Estar revestidos también significa vivir conforme al propósito que Dios tiene para nosotros. No podemos llevar una vida doble, ni caminar entre dos caminos. El que ha sido revestido de Cristo debe dejar las obras de las tinieblas y caminar como hijo de la luz, demostrando en todo momento que pertenece al Reino de Dios. El mundo puede ofrecer placeres momentáneos, pero el que se viste del Señor encuentra paz verdadera y vida eterna.
Por eso, es importante pedirle cada día al Señor que nos ayude a mantenernos firmes, que nos revista con Su gracia y nos guarde del mal. Que nuestra mente esté centrada en Él y que nuestra boca confiese Su nombre con valentía. Solo así podremos ser testimonio vivo de Su amor y de Su poder transformador.
Querido lector, si aún no te has revestido de Cristo, este es el momento para hacerlo. Entrégale tu corazón, permite que Su Espíritu te cubra y te dé una nueva vida. No hay mayor seguridad ni mayor gozo que vivir bajo la cobertura del Todopoderoso. Él es nuestra fortaleza, nuestra roca firme y nuestro escudo protector.
Vivamos, entonces, cada día revestidos del amor, la fe y la esperanza que vienen de Dios. De esta manera, podremos vencer cualquier adversidad y caminar confiados hasta el día en que Cristo vuelva y podamos decir con gozo: “He guardado la fe”. Que Su presencia sea nuestro abrigo constante y Su gracia, nuestro mejor vestido.