Así es el amor

El amor que viene de nuestro Dios, es el que transforma a las personas, llega y cambia todo su entorno.

Todo aquel que tiene el amor que viene de Dios, sabe soportar cualquier situación, este es un amor sin envidia, un amor que no se envanece, tampoco es airoso.

En su primera carta a los corintios el apóstol habla sobre el amor y de cómo debe comportarse una persona:

Aunque hables lenguas angelicales, aunque ordenes montes moverse de lugar, si no tienes amor, nada eres, porque la base de todo aquí es el amor que viene del Señor y soporta todo así como Cristo nos enseñó cuando estaba en una cruz por nuestros pecados.

Así es el amor, todo lo soporta, todo lo espera. De manera que, procuremos cada día tener este verdadero amor que es el amor de Cristo.

El amor de Dios no se limita a palabras bonitas o emociones pasajeras, es un amor activo que se demuestra con hechos. El Señor nos mostró el ejemplo más grande cuando envió a Su Hijo a morir por nosotros. Ese acto de entrega total nos enseña que el amor verdadero siempre busca el bien del otro, incluso cuando no recibe nada a cambio.

Por eso, cuando decimos que amamos, debemos preguntarnos si ese amor se parece al de Dios: ¿somos pacientes con los demás? ¿Perdonamos cuando nos ofenden? ¿Servimos sin esperar recompensa? Si nuestras respuestas son afirmativas, entonces ese amor está siendo perfeccionado en nosotros.

El apóstol Juan también habla de este amor cuando dice: “El que no ama, no ha conocido a Dios; porque Dios es amor” (1 Juan 4:8). Estas palabras son contundentes, pues nos recuerdan que el amor no es una simple cualidad del creyente, sino la esencia misma de Dios en el corazón humano. Quien conoce a Dios no puede vivir sin amar, porque ha experimentado el amor más puro y eterno.

Vivimos en un mundo donde abunda el egoísmo, la indiferencia y el rencor. Muchos confunden el amor con el interés o con una emoción que depende de lo que el otro haga. Pero el amor de Dios va mucho más allá: perdona, sana, restaura y une. Cuando ese amor gobierna nuestras vidas, nuestras relaciones cambian y nuestras palabras se vuelven fuente de bendición.

Por eso, cada día debemos pedir al Señor que llene nuestros corazones de Su amor, para poder amar a los demás como Él nos amó. No es fácil, pero con la ayuda del Espíritu Santo podemos reflejar ese amor en nuestro hogar, en la iglesia y en cualquier lugar donde estemos. El amor de Dios no se apaga, es eterno y fiel.

Recordemos que el amor no se demuestra solo cuando todo va bien, sino especialmente cuando hay pruebas. Amar al que nos ama es fácil, pero amar al que nos ofende, al que nos hiere o nos rechaza, es un acto divino que solo puede venir de un corazón lleno del Espíritu Santo.

Que cada uno de nosotros pueda reflejar ese amor perfecto, ese amor que no guarda rencor, que no se goza del mal y que permanece firme a pesar de las circunstancias. Así podremos ser verdaderos hijos de Dios, porque el amor es el sello de Su presencia en nosotros.

El amor nunca dejará de ser, porque proviene de Dios. Las emociones cambian, los sentimientos se apagan, pero el amor de Cristo permanece para siempre. Vivamos cada día bajo ese amor inmutable, y entonces veremos cómo nuestras vidas, familias y comunidades son transformadas por Su poder.

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