Debemos servir de buena voluntad, con un corazón sincero y con gozo, sabiendo que nuestro trabajo no es en vano cuando lo hacemos como para el Señor. Cada tarea, por pequeña o grande que parezca, puede convertirse en una oportunidad para glorificar a Dios si se realiza con amor, obediencia y entrega. El creyente verdadero entiende que su servicio no depende de quién lo mire o lo recompense, sino de Aquel que todo lo ve desde los cielos.
El apóstol Pablo, en su carta a los Efesios, exhorta a los creyentes a trabajar con una actitud diferente a la del mundo. En una sociedad donde muchos sirven solo por obligación o interés, el cristiano debe distinguirse por su buena conducta y por un espíritu dispuesto. Servir con amor, respeto y dedicación demuestra que seguimos el ejemplo de Cristo, quien dijo: “El Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir”. De esta manera, cada acción realizada con humildad se transforma en un acto de adoración.
Debemos recordar que todo servicio terrenal tiene un trasfondo espiritual. Cuando ayudamos a los demás, cuando cumplimos con nuestras responsabilidades con honestidad, o cuando mostramos paciencia ante las dificultades, estamos reflejando el carácter de nuestro Señor. Servir con excelencia es una forma de testimonio, porque quienes nos rodean pueden ver en nuestras acciones la diferencia que Cristo hace en nuestras vidas. Pablo enseña que el siervo fiel no trabaja solo cuando su amo lo observa, sino también cuando nadie lo ve, porque su motivación es agradar a Dios.
En el verso 5 del capítulo 6 de la carta a los Efesios, el apóstol escribe a los siervos de aquella época, llamándolos a obedecer a sus amos terrenales con temor y temblor, es decir, con respeto y reverencia, no como esclavos de los hombres, sino como siervos de Cristo. Su obediencia debía ser una expresión de su fe, una manera práctica de demostrar que en verdad amaban a Dios. Pablo sabía que esta enseñanza no era fácil, pero también sabía que el poder del evangelio transformaba el corazón, haciendo posible servir con alegría incluso en las circunstancias más difíciles.
Sirviendo de buena voluntad, como al Señor y no a los hombres.
Efesios 6:7
Este versículo resume la esencia del servicio cristiano: hacer todo como para el Señor. No importa si el trabajo es reconocido o ignorado por los hombres, porque el verdadero creyente sabe que su recompensa viene del cielo. Cada esfuerzo, cada palabra amable, cada acto de amor tiene valor eterno cuando se hace en obediencia a Dios. El servicio sincero no busca aplausos, busca agradar al Padre celestial. Por eso, Pablo les recuerda que el Señor recompensará a cada uno según el bien que haya hecho, sea siervo o libre.
El apóstol también dirige sus palabras a los amos, exhortándolos a tratar a sus siervos con justicia y compasión. Les recuerda que ellos también tienen un Amo en los cielos, ante quien no hay acepción de personas. Esta enseñanza revela el espíritu del evangelio, que derriba toda barrera social y coloca a todos —amos y siervos, ricos y pobres— en un mismo nivel delante de Dios. En el Reino de los Cielos, lo que importa no es el rango o la posición, sino el corazón dispuesto a obedecer y servir con amor.
Hoy, aunque los tiempos han cambiado, esta exhortación sigue vigente. En nuestros trabajos, ministerios o responsabilidades diarias, debemos actuar con la misma actitud que Pablo enseñó: servir de buena voluntad. Cuando trabajamos con diligencia, sin murmurar ni quejarnos, estamos mostrando que Cristo gobierna nuestro interior. El mundo necesita ver creyentes que no solo hablan de fe, sino que la viven a través de su dedicación y excelencia en todo lo que hacen.
Servir de buena voluntad no siempre será fácil. A veces puede que no recibamos reconocimiento, o que seamos tratados injustamente, pero aun así debemos mantenernos firmes, sabiendo que el Señor recompensa a quienes permanecen fieles. Nuestro ejemplo puede tocar corazones, inspirar a otros a acercarse a Dios y traer gloria a Su nombre. Así como David servía a su pueblo con integridad, y como Jesús lavó los pies de Sus discípulos en humildad, también nosotros estamos llamados a reflejar ese mismo espíritu de servicio desinteresado.
Querido hermano, recuerda que todo servicio hecho con amor tiene un eco en la eternidad. Cuando ayudas, enseñas, trabajas o sirves, hazlo como si Cristo estuviera frente a ti recibiendo tu esfuerzo. No te canses de hacer el bien, porque a su tiempo segarás si no desmayas (Gálatas 6:9). Dios se agrada del corazón que sirve sin buscar recompensa, del creyente que se esfuerza en silencio, y del que cumple su labor con gozo. Que todo lo que hagas, sea en tu hogar, en tu iglesia o en tu trabajo, lo hagas como para el Señor. Él ve, Él valora y Él bendice a los que sirven de buena voluntad. Amén.

