En este artículo hablaremos sobre la honestidad, una virtud que debe distinguir a todo creyente, y de la importancia de mantenernos firmes y con sabiduría delante del Señor. Vivimos en tiempos donde los valores parecen desvanecerse, donde muchos justifican el engaño, la mentira o el doble discurso. Pero aquellos que pertenecen a Cristo son llamados a ser diferentes, a vivir con integridad y rectitud de corazón. La honestidad no solo es una cualidad moral, sino una manifestación de una vida transformada por el Espíritu Santo.
Es importante hablar sobre la buena conducta que debe tener una mujer cristiana, pero sin olvidar que la honestidad también es un mandato para los hombres que sirven a Dios. En la primera carta a Timoteo, el apóstol Pablo da instrucciones específicas sobre cómo deben comportarse los líderes, los diáconos y las mujeres que forman parte activa de la obra del Señor. Pablo no solo se interesa por la enseñanza, sino por el testimonio; porque de nada sirve proclamar la verdad si la vida contradice el mensaje que se predica.
Las mujeres asimismo sean honestas, no calumniadoras, sino sobrias, fieles en todo.
1 Timoteo 3:11
La palabra “honesta” en el contexto bíblico no se refiere solo a evitar la mentira, sino a tener una vida íntegra y sin hipocresía. Significa ser la misma persona tanto en público como en privado. Es actuar con transparencia, sin buscar aparentar lo que no se es. La honestidad es una luz que ilumina el entorno, porque quien vive en verdad no tiene nada que esconder. El Señor se agrada del corazón sincero, del espíritu recto, y promete bendecir a quienes andan en integridad. El libro de los Proverbios dice: “El justo anda en su integridad; bienaventurados serán sus hijos después de él” (Proverbios 20:7).
Mujeres, el llamado del apóstol Pablo sigue vigente hoy. Sean honestas, fieles y sobrias en todo. La sobriedad no solo se refiere a moderación externa, sino también a una mente centrada en Dios, que no se deja dominar por emociones ni pasiones. Una mujer sobria es aquella que ora antes de hablar, que reflexiona antes de actuar y que edifica con sus palabras. “La mujer sabia edifica su casa; mas la necia con sus manos la destruye” (Proverbios 14:1). Que cada palabra que salga de tu boca sea para edificar, no para calumniar, criticar o destruir a otros.
Asimismo, la fidelidad es una joya preciosa en la vida de una sierva del Señor. Ser fiel en todo significa ser constante, leal a Dios, al esposo, a los hijos, a la iglesia y a uno mismo. Una mujer fiel no se deja arrastrar por las corrientes del mundo ni por la opinión ajena. Su corazón está firme, confiando en el Señor. De ella se cumple lo que dice el Salmo 112:7: “No tendrá temor de malas noticias; su corazón está firme, confiado en Jehová”.
La honestidad también refleja el amor hacia Dios. Jesús dijo: “Sea vuestro sí, sí; y vuestro no, no” (Mateo 5:37). Es decir, el creyente debe hablar con claridad, sin engaños, sin ambigüedades. La mujer y el hombre que viven en la verdad son testimonios vivos del evangelio. No se trata solo de tener buena reputación ante los demás, sino de vivir conscientes de que Dios todo lo ve, y que Él se complace en aquellos que practican la justicia.
Queridas hermanas en Cristo, recuerden que la honestidad no es solo una virtud moral, sino una evidencia del fruto del Espíritu. En un mundo donde abundan las apariencias y las mentiras, ustedes están llamadas a ser diferentes. Que su vida sea un reflejo de la pureza, la fidelidad y la sabiduría que provienen del cielo. Sean mujeres de fe, prudentes y honestas, que vivan cada día para la gloria de Dios. Y a los hombres que sirven en Su obra, les corresponde dar el mismo ejemplo: ser íntegros, fieles, transparentes y dignos del llamamiento con que fueron llamados.
Que el Señor mire con agrado a cada siervo y sierva que camina en honestidad, y que nuestras vidas sean testimonio de Su verdad. Recordemos que el mundo puede dudar de nuestras palabras, pero no podrá negar la pureza de una vida vivida con honestidad delante del Señor. Amén.