Cómo vivir para siempre

Las personas que viven bajo la maldad, siguiendo caminos torcidos y cometiendo injusticias, están construyendo con sus propias manos un destino trágico. La maldad puede parecer atractiva por un tiempo, puede ofrecer placer momentáneo o ganancias pasajeras, pero al final su pago es la destrucción. Las Escrituras nos enseñan que el camino del impío perecerá, mientras que los que confían en el Señor disfrutarán de vida eterna. Es por eso que cada creyente debe tomar una decisión firme: apartarse del mal y caminar bajo la luz de Dios.

La vida recta no es una opción secundaria, sino una necesidad espiritual. Caminar conforme a la voluntad divina de nuestro Dios es el único sendero que lleva a la verdadera paz. Debemos cerrar todas las puertas al pecado y no darle oportunidad al enemigo para que siembre en nosotros la maldad. Cuando elegimos obedecer a Dios, abrimos las puertas a Su bendición, a Su favor y a la promesa de vida eterna. No se trata solo de evitar el mal, sino de reemplazarlo con el bien, de permitir que nuestras acciones sean un reflejo del carácter santo de nuestro Señor.

Si alguna vez te has desviado o has sentido inclinación por el mal, este es el momento de detenerte y reflexionar. No hay pecado tan grande que el amor de Dios no pueda perdonar, pero se requiere un corazón arrepentido que decida apartarse del mal y procurar hacer lo bueno. Dios no desea la muerte del impío, sino que todos procedan al arrepentimiento. Cuando el ser humano deja atrás la oscuridad y busca la luz de Cristo, encuentra verdadera libertad, porque solo en Jesús hay poder para vencer el pecado.

Apártate del mal, y haz el bien,
Y vivirás para siempre.

Salmos 37:27

El salmista nos deja aquí una instrucción sencilla pero profunda: la fórmula para una vida bendecida y eterna consiste en dos pasos: apartarse del mal y hacer el bien. No basta con dejar de hacer lo malo; también debemos cultivar el bien en todas nuestras acciones. El creyente que vive de esta manera no solo disfruta de la bendición presente, sino que asegura su herencia eterna junto al Señor. En cambio, el que se obstina en el pecado, aunque parezca prosperar, al final enfrentará un destino de dolor y perdición.

El mundo intentará convencernos de que el mal no es tan malo, que todos lo hacen, que no hay consecuencias. Pero la Palabra de Dios es clara: “No te impacientes a causa de los malignos.” A veces vemos cómo los impíos prosperan, cómo quienes hacen lo malo parecen avanzar más rápido o tener más éxito. Sin embargo, esa prosperidad es efímera. Es como la hierba que pronto se seca. No caigas en la trampa del enemigo. Si quieres vivir para siempre, permanece fiel al Señor y haz el bien en todo momento.

Jesús mismo nos enseñó a amar aun a nuestros enemigos, a responder al mal con bien, a perdonar a quienes nos ofenden. Esa es la esencia del Reino de Dios: vencer el mal con el bien. Cada vez que eliges perdonar, ayudar, hablar con amor o actuar con justicia, estás sembrando para la eternidad. El Señor promete que no se cansará quien siembra en el Espíritu, porque a su tiempo segará vida eterna.

Querido hermano, recuerda que Cristo se fue a preparar lugar para nosotros. Nos espera una Mansión Eterna, una herencia incorruptible reservada en los cielos. No pongas en riesgo ese glorioso destino por los placeres pasajeros del pecado. Todo lo que este mundo ofrece se desvanece, pero la recompensa de los justos permanece para siempre. Hagamos siempre lo bueno, vivamos en integridad, y mantengamos la mirada puesta en Jesús, el autor y consumador de nuestra fe.

Si hoy estás cansado de luchar contra el mal o te sientes tentado por la injusticia, clama al Señor y Él te fortalecerá. Pídele que te ayude a apartarte del pecado y a caminar por sendas de justicia. No hay mejor decisión que vivir para Dios, porque quienes viven en Su voluntad, aunque pasen por pruebas, verán Su salvación. Y cuando llegue el día glorioso de Su venida, aquellos que hayan hecho el bien y perseverado en la fe escucharán las dulces palabras del Maestro: “Bien, siervo fiel… entra en el gozo de tu Señor.”

Está atento a la voz de mi clamor, Rey mío y Dios mío
El eterno Dios es tu refugio