Solicitar la ayuda del hombre y depender únicamente de ella puede llevarnos a la frustración y al fracaso, porque la ayuda humana es limitada, pasajera y muchas veces interesada. Pero cuando confiamos en la ayuda perfecta de Dios, encontramos un socorro que no falla, un auxilio que llega justo a tiempo, porque el Señor es fiel y Su amor es inmutable. El creyente debe aprender a buscar primero el rostro de Dios antes que cualquier otro recurso, sabiendo que Su mano poderosa tiene el control de todas las cosas.
En la vida cotidiana muchas veces cometemos el error de poner nuestra esperanza en personas, instituciones o recursos humanos. Pensamos que el hombre puede resolver lo que solo el cielo puede ordenar. Pero tarde o temprano descubrimos que esa confianza mal puesta nos deja vacíos y confundidos. Solo Dios tiene la capacidad de obrar más allá de lo que imaginamos, de abrir puertas donde no las hay, y de darnos victoria aun en medio de la derrota. La ayuda divina no falla, porque proviene del Dios que nunca cambia.
Cuando nos enfocamos únicamente en la ayuda humana, olvidamos que la Biblia nos enseña a mirar al cielo de donde viene nuestro verdadero socorro. La Escritura dice: “Alzaré mis ojos a los montes; ¿de dónde vendrá mi socorro? Mi socorro viene de Jehová, que hizo los cielos y la tierra.” (Salmos 121:1-2). Es una clara advertencia de que la ayuda del hombre es temporal, mientras que la del Señor es eterna y perfecta. Dios no nos abandona ni nos deja en vergüenza; Él es el amparo seguro en los momentos de angustia.
El rey David entendió esto profundamente. En uno de sus momentos más difíciles, después de una derrota que había afectado a todo su ejército, se volvió al Señor con humildad y reconoció que solo en Él había esperanza. En su oración expresó una verdad que debería quedar grabada en nuestros corazones:
Danos socorro contra el enemigo, porque vana es la ayuda de los hombres.
Salmos 60:11
Estas palabras reflejan la fe madura de un hombre que había aprendido a depender totalmente del Señor. David había recibido muchas ayudas humanas: ejércitos, consejeros, aliados y soldados valientes. Sin embargo, llegó a comprender que ninguna de esas ayudas podía compararse con la que provenía de Dios. La ayuda de los hombres podía fallar, pero la del Señor era firme, constante y poderosa.
David había pasado por grandes victorias y también por duras derrotas. En cada una de ellas, aprendió una lección espiritual profunda: la victoria no depende del número de soldados ni de la fuerza del brazo humano, sino del favor de Dios. “Si Jehová no edificare la casa, en vano trabajan los que la edifican.” (Salmos 127:1). Con este entendimiento, el salmista reconoció que solo Dios podía levantarlo de la caída, restaurar su ánimo y guiarlo hacia nuevas victorias. La ayuda divina es completa, porque no solo nos libra del peligro, sino que también transforma nuestro corazón.
Cuántas veces el ser humano busca soluciones en los demás y deja a Dios como último recurso. Vamos de persona en persona pidiendo consejo, auxilio o aprobación, y olvidamos que tenemos acceso directo al trono del Todopoderoso. Nuestro Padre celestial está siempre dispuesto a escucharnos, a fortalecernos y a guiarnos. Él no falla ni miente; Su socorro llega en el momento preciso. Confiar en el hombre puede ser útil en ocasiones, pero depender solo de él es caer en un terreno inestable. Solo el Señor tiene la última palabra.
Por eso, hermanos, aprendamos a acudir primero a Dios. Antes de buscar ayuda humana, doblemos nuestras rodillas y pidamos al Señor que sea Él quien dirija cada paso. Si buscamos Su dirección, Él pondrá los medios, abrirá las puertas correctas y enviará a las personas adecuadas, pero todo bajo Su control perfecto. La diferencia está en que cuando Dios obra, no hay error ni fracaso, porque Su propósito se cumple siempre para bien.
Querido lector, no pongas tu esperanza en la ayuda pasajera del hombre. Clama a Dios con fe, y verás cómo Su mano poderosa se mueve en tu favor. Él es tu defensor, tu escudo, tu fortaleza y tu pronto auxilio en las tribulaciones. Cuando acudas a Él, confía plenamente y no dudes, porque Su ayuda es segura. Recuerda las palabras del salmista: “Vana es la ayuda de los hombres.” Solo en el Señor encontrarás la verdadera victoria, el consuelo duradero y la ayuda que no falla jamás. Amén.