El Señor está cerca

Hermanos en Cristo, es nuestro deber mantener nuestras vidas siempre sujetas al Señor, viviendo en obediencia y dependencia de Su voluntad. El creyente que ama a Dios refleja ese amor a través de su carácter, su paciencia y su manera de tratar a los demás. La gentileza y la mansedumbre son frutos del Espíritu Santo que deben manifestarse en todo momento, especialmente en un mundo lleno de hostilidad e impaciencia. Mostrar respeto, amabilidad y comprensión hacia los demás no es una opción, sino una evidencia de que Cristo habita en nosotros.

El apóstol Pablo, inspirado por el Espíritu Santo, nos exhorta a tener un espíritu amable y pacífico. Él sabía que la convivencia entre los creyentes y también con los no creyentes requería de un corazón lleno del amor de Cristo. Por eso nos recuerda que el Señor está cerca. Esta frase tiene un doble sentido: primero, que el Señor siempre está presente y observa todo lo que hacemos; y segundo, que Su venida está próxima. Ambas verdades nos motivan a vivir con integridad, sin enemistades ni rencores, guardando la paz con todos en la medida de lo posible.

El creyente debe ser reconocido no solo por su fe, sino también por su gentileza. El mundo necesita ver en nosotros la diferencia que Cristo produce en un corazón transformado. Donde haya enojo, que nosotros sembremos paz; donde haya orgullo, que mostremos humildad; donde haya ofensa, que extendamos perdón. De esa manera damos testimonio del evangelio, no solo con palabras, sino con hechos. La amabilidad es una forma práctica de predicar a Cristo, porque cuando tratamos con amor y respeto a los demás, reflejamos Su carácter.

El apóstol Pablo nos presenta también el ejemplo de Jesús con la mujer adúltera. Esta historia es una de las más hermosas muestras de compasión y gentileza en las Escrituras. Cuando los escribas y fariseos llevaron a la mujer sorprendida en adulterio, esperaban que Jesús la condenara según la ley. Pero el Maestro, con sabiduría divina, se inclinó y escribió en tierra, y luego les dijo: “El que de vosotros esté sin pecado sea el primero en arrojar la piedra”. Uno a uno se fueron, reconociendo su propia culpa. Finalmente, Jesús le dijo: “Ni yo te condeno; vete, y no peques más”.

Esa escena revela la esencia del evangelio: la gracia y la verdad unidas en perfecta armonía. Jesús no aprobó el pecado, pero mostró misericordia. De igual manera, nosotros estamos llamados a corregir con amor, a exhortar con ternura, y a recordar que todos fuimos alcanzados por la misma gracia que ahora predicamos. La gentileza no significa debilidad, sino fortaleza controlada por el Espíritu de Dios.

Vuestra gentileza sea conocida de todos los hombres. El Señor está cerca.

Filipenses 4:5

Pablo no dice que nuestra gentileza sea conocida solo entre los hermanos en la fe, sino de todos los hombres. Esto implica que debemos tratar con respeto incluso a aquellos que nos ofenden o no comparten nuestra fe. La amabilidad sincera puede abrir puertas donde la dureza solo genera rechazo. Cuando respondemos con bondad a la crítica o con paciencia a la provocación, estamos manifestando el carácter de Cristo en nosotros.

Cuando Pablo dice “el Señor está cerca”, también nos recuerda la urgencia del tiempo. Vivimos días donde la maldad se multiplica y la paciencia escasea. Por eso debemos ser luz en medio de la oscuridad. Si el Señor viniera hoy, ¿nos hallaría mostrando Su amor y gentileza al mundo? Es una pregunta que debe movernos a reflexionar. No podemos perder tiempo en pleitos o rencillas sin sentido; en cambio, debemos vivir con un corazón perdonador, libre de enemistades y lleno de compasión.

Dios desea que Sus hijos sean reconocidos por su comportamiento ejemplar. Él no se agrada de la contienda ni del orgullo, sino de la humildad y la mansedumbre. La gentileza abre puertas, sana corazones y refleja el poder transformador del evangelio. Cuando el mundo ve en nosotros ese espíritu amable, puede reconocer que algo distinto habita en nuestro interior: la presencia viva de Cristo.

Hermanos, el día del Señor se acerca. Vivamos cada día como si fuera el último, sirviendo con amor, ayudando al necesitado, hablando con dulzura y sembrando paz donde haya conflicto. Que nuestra vida sea un testimonio constante de la gracia que nos salvó. Recordemos que en el Señor todo es diferente: Su amor nos cambia, Su Espíritu nos guía y Su paz nos sostiene. Mostremos buena conducta ante todos y preparemos nuestros corazones para aquel glorioso día en que Cristo venga por nosotros. Amén.

Me aseguraré y no temeré; porque mi fortaleza y mi canción es Jehová
Nos ha librado de la potestad de las tinieblas