Gracias doy a Dios por Jesucristo Señor nuestro

En honor al Padre celestial, nuestro Dios grande y poderoso, damos gloria a Su nombre por haber enviado a Su Hijo unigénito al mundo. A través de Cristo, Dios nos mostró Su amor más puro y Su plan perfecto de redención. No existe mayor regalo que el sacrificio de Jesús, quien vino a enseñarnos acerca de las maravillas del Padre, a revelarnos Su carácter santo y a ofrecernos salvación eterna. Por eso, debemos rendirle adoración, levantar nuestras manos con gratitud y exaltar Su santo nombre por tan enorme bendición.

Jesucristo, nuestro Señor, padeció sufrimiento y humillación siendo Él el Todopoderoso, el Rey de reyes y Señor de señores. Se despojó de Su gloria para habitar entre nosotros, tomó forma de siervo y fue obediente hasta la muerte, y muerte de cruz. ¡Qué amor tan grande e incomparable! Es motivo de gratitud eterna saber que aquel que no tenía pecado se hizo pecado por nosotros, para que por medio de Él fuésemos reconciliados con el Padre. Por eso, sirvamos al Señor con corazones dispuestos, obedientes y llenos de alegría, sabiendo que nuestro servicio a Dios no es en vano, sino una respuesta de amor al sacrificio de Cristo.

Debemos tener siempre en claro que Jesucristo es el único camino hacia el Padre. No hay otro medio por el cual podamos ser salvos, porque Él mismo preparó ese sendero de redención con Su sangre derramada en la cruz. Por medio de Su sacrificio, fuimos libertados del poder del pecado y de la muerte. Por eso el apóstol Pablo, en un profundo reconocimiento de esta verdad, expresó las siguientes palabras:

Gracias doy a Dios, por Jesucristo Señor nuestro. Así que, yo mismo con la mente sirvo a la ley de Dios, mas con la carne a la ley del pecado.

Romanos 7:25

Pablo nos enseña aquí una gran lección espiritual. Él reconoce que la mente regenerada por el Espíritu desea servir a Dios, pero que la carne todavía lucha contra el pecado. Aun así, su gratitud hacia Dios por medio de Jesucristo es inmensa, porque entiende que la victoria no depende de sus propias fuerzas, sino del poder de Cristo obrando en él. Esa misma gratitud debe estar presente en cada creyente, porque si hoy tenemos esperanza, es únicamente por la obra redentora del Hijo de Dios. Jesús vino para mostrarnos el camino, para liberarnos del peso del pecado y conducirnos a una relación viva y eterna con el Padre.

La obra de Cristo no solo fue un acto de sacrificio, sino también una demostración del poder transformador de Dios en el corazón humano. Al aceptar a Jesús, nuestras vidas cambian radicalmente: la culpa es reemplazada por perdón, el temor por fe y la muerte por vida eterna. En Cristo encontramos propósito, consuelo y dirección. Él nos enseña a vivir conforme a la ley del Espíritu y no bajo la condenación del pecado. Como Pablo, debemos reconocer que, aunque la carne es débil, la mente guiada por el Espíritu busca agradar a Dios y caminar en santidad.

Por eso, hermanos, no dejemos que las luchas diarias o las tentaciones nos desanimen. Todos enfrentamos batallas internas entre la carne y el espíritu, pero tenemos un Salvador que intercede por nosotros y nos fortalece. Cuando te sientas débil, ora al Señor. Cuando sientas que tus fuerzas se acaban, recuerda que el poder de Dios se perfecciona en la debilidad. Él no te dejará solo, sino que te dará la victoria si confías en Su gracia.

Jesucristo es el mediador entre Dios y los hombres, nuestro abogado fiel y sumo sacerdote que intercede día y noche por nosotros. Él conoce nuestras luchas y comprende nuestras debilidades. Por eso, podemos acercarnos confiadamente al trono de la gracia, sabiendo que hallaremos misericordia y socorro oportuno. Servir al Señor con un corazón sincero, lleno de gratitud y fe, es la mejor respuesta al amor que hemos recibido.

Hermanos en Cristo, si hoy estás enfrentando dificultades, luchas contra la carne o momentos de desánimo, no te rindas. Levanta tus ojos al cielo y recuerda las palabras del apóstol: “Gracias doy a Dios, por Jesucristo Señor nuestro.” Él es tu ayuda, tu fuerza y tu victoria. Ora al Señor y pídele que fortalezca tu vida, que te llene de Su Espíritu y que te enseñe a caminar conforme a Su voluntad. En Cristo tenemos esperanza, perdón y libertad. Que Su gracia y Su amor te sostengan cada día. Amén.

Tú has sido mi socorro Señor, en la sombra de tus alas me regocijaré
Jehová está conmigo; no temeré lo que me pueda hacer el hombre