Seguid la paz con todos

Seguir a Jesús y guardar Su Palabra es el camino más seguro y firme que un creyente puede recorrer. En un mundo lleno de confusión, tentaciones y caminos que parecen correctos pero llevan a la perdición, aferrarse a las enseñanzas de Cristo se convierte en la brújula que guía nuestras vidas. Cuando andamos conforme a Su voluntad, la sabiduría de Dios ilumina nuestro entendimiento y Su presencia nos fortalece en medio de cualquier circunstancia. Nada puede compararse con la paz que se siente cuando el corazón está alineado con el propósito divino.

Jesús nos invita constantemente a caminar en obediencia, no como una imposición, sino como una muestra de amor hacia Él. En Juan 14:23 dice: “El que me ama, mi palabra guardará; y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada con él.” Guardar Su Palabra es más que memorizarla, es vivirla, aplicarla en cada decisión, en cada pensamiento, en cada acto. Cuando vivimos conforme a la Palabra, encontramos dirección, consuelo y esperanza. La obediencia nos lleva a experimentar la verdadera libertad espiritual, aquella que no depende de las circunstancias, sino de la comunión con Dios.

La paz llega cuando dejamos que Cristo reine en nuestro interior. No se trata de una paz pasajera, sino de una paz profunda que sobrepasa todo entendimiento. Esa paz se manifiesta cuando renunciamos a los deseos del mundo y decidimos caminar en santidad, apartándonos de lo que desagrada al Señor. El apóstol Pablo lo expresó de manera clara en Filipenses 4:7: “Y la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guardará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús.” Vivir bajo la voluntad del Señor no siempre será fácil, pero es el único camino que conduce a la vida eterna y a una comunión plena con nuestro Salvador.

El autor de Hebreos nos exhorta a mantener la santidad y la paz, dos virtudes esenciales para todo hijo de Dios:

Seguid la paz con todos, y la santidad, sin la cual nadie verá al Señor.

Hebreos 12:14

Este versículo resume una gran verdad espiritual. No basta con decir que creemos, debemos reflejar esa fe en nuestra forma de vivir. La paz debe ser una constante en nuestras relaciones con los demás, incluso con aquellos que nos ofenden o nos hacen daño. Y la santidad no es una opción, es una condición. Es vivir apartado del pecado, consagrados al Señor, procurando que nuestras acciones, palabras y pensamientos sean agradables ante Él. Solo los corazones limpios verán al Señor (Mateo 5:8). Por tanto, no se trata de religiosidad externa, sino de una transformación interior producida por el Espíritu Santo.

Parte esencial de ese proceso es aceptar la disciplina del Señor. Aunque muchas veces nos resulte incómoda, la disciplina divina es una muestra del amor paternal de Dios. Hebreos 12:6 nos recuerda: “Porque el Señor al que ama, disciplina, y azota a todo el que recibe por hijo.” Las correcciones del Padre no son castigos sin sentido, son herramientas que nos moldean, que nos enseñan a distinguir el bien del mal y que fortalecen nuestro carácter espiritual. Así como un padre corrige a su hijo por amor, Dios permite pruebas y reprensiones para llevarnos por el camino correcto.

Si en algún momento sientes que estás siendo probado o corregido, no desmayes ni te apartes del Señor. Es en esos momentos cuando Su gracia se manifiesta con mayor poder. A través de la disciplina aprendemos obediencia, humildad y dependencia total de Dios. Y al final, esa corrección produce fruto de justicia y paz en aquellos que han sido entrenados por ella (Hebreos 12:11). Por eso, no debemos resistirla, sino agradecerla, porque demuestra que somos verdaderamente hijos amados del Padre celestial.

Hermanos, no despreciemos la voz del Señor ni ignoremos Su instrucción. La vida cristiana es una carrera que requiere constancia, disciplina y fe. Si caminamos con Cristo, si buscamos la paz y la santidad, seremos fortalecidos cada día para resistir la tentación y perseverar hasta el fin. Mantengamos nuestros ojos puestos en Jesús, el autor y consumador de nuestra fe. Sigamos Sus pasos con obediencia, humildad y amor, sabiendo que todo sacrificio en Su nombre tiene una recompensa eterna. Un día veremos al Señor cara a cara, y ese día sabremos que valió la pena seguirle fielmente. Amén.

Velad y orad, para que no entréis en tentación
No murmuréis los unos de los otros