Hermanos, no nos cansemos de luchar, de pelear la buena batalla, no nos rindamos en el camino. Sigamos los pasos y ejemplos de nuestro Señor así como muchos de la antigüedad lo hicieron, pudieron resistir hasta el final.
No nos cansemos de continuar, de luchar, sabemos que las luchas y las dificultades son muchas, pero estas diversas pruebas que vienen a nuestras vidas nos hacen más fuertes en los caminos del Señor.
Si nos cansamos de luchar, entonces no alcanzaremos lo que ha sido prometido por el Señor, recordemos que Él es fiel y cumple Sus promesas. Así que, Mantengámonos firmes y fuertes delante de Dios, pidiendo sabiduría y teniendo amor.
He peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe.
2 Timoteo 4:7
Estas fueron las palabras de Pablo antes de ser sacrificado por aquellos que estaban bajo el mando de grandes y que se oponían al evangelio de Cristo.
Aquí podemos ver a un Pablo gozoso hablando sobre la fe que tuvo durante su camino de prédicas, haciendo referencia al gran trabajo que hizo en la obra del Señor. Por eso vemos en estas palabras diciendo «he peleado la buena batalla», aunque esas batallas no eran fáciles, pero Él sabía que el Señor estaba con él.
Nosotros también tenemos el deber de luchar en los caminos del Señor hasta el gran día que partamos con Él por toda la eternidad. Los caminos del Señor no son fáciles, y es por eso que debemos pedir fuerzas y sabiduría cada día para que al final de nuestra carrera podamos pronunciar las palabras que pronunció el apóstol Pablo.
De manera que, tomemos el ejemplo de este hombre de Dios y perseveremos en los Caminos. No tengamos miedo de llevar nuestra cruz, seamos fuertes, peleemos la buena batalla, sigamos el camino para poder terminar nuestra carrera.
La vida cristiana se compara muchas veces con una carrera de resistencia y no de velocidad. No se trata de comenzar bien solamente, sino de llegar hasta el final con la fe intacta. Cada día es una oportunidad de demostrar nuestra fidelidad, de dar testimonio con nuestras acciones y palabras, y de mantenernos firmes aun cuando el mundo nos presione para abandonar.
Así como un atleta se prepara con disciplina para llegar a la meta, nosotros también debemos ejercitarnos en la oración, en la lectura de la Palabra y en la obediencia a Dios. Esas son las herramientas que fortalecen el corazón del creyente y lo preparan para enfrentar cualquier batalla espiritual.
El apóstol Pablo nos recuerda que su gozo no estaba en las comodidades de la vida, sino en haber guardado la fe. Esto nos enseña que la verdadera victoria no es material ni pasajera, sino espiritual y eterna. Podemos perder muchas cosas en este mundo, pero si mantenemos la fe, lo habremos ganado todo.
Jesús también nos advirtió que en el mundo tendríamos aflicciones, pero que confiáramos en Él porque ya ha vencido al mundo (Juan 16:33). Esto significa que cada prueba, cada lágrima y cada lucha no son en vano, sino parte del proceso que nos lleva a la corona de vida que el Señor ha prometido a los que le aman.
Debemos entender que nuestra lucha no es contra carne ni sangre, sino contra huestes espirituales de maldad (Efesios 6:12). Por eso, no podemos pelear solos, necesitamos la armadura de Dios: el cinturón de la verdad, la coraza de justicia, el escudo de la fe, el yelmo de la salvación, y la espada del Espíritu que es la Palabra de Dios.
Cada vez que perseveramos en la oración, que decidimos amar en lugar de odiar, perdonar en lugar de guardar rencor, estamos peleando la buena batalla de la fe. Estas son victorias pequeñas que nos van formando como verdaderos soldados de Cristo.
Querido lector, no importa cuán pesada parezca tu carga hoy, recuerda que no luchas solo. Dios está contigo, Él te fortalece y te sostiene de su mano. Si tropiezas, levántate en su gracia, y si sientes que tus fuerzas se acaban, clama a Él, porque en tu debilidad se perfecciona Su poder.
Conclusión
Al igual que Pablo, todos estamos llamados a terminar la carrera y a guardar la fe. Peleemos la buena batalla con paciencia, amor y confianza en el Señor, sabiendo que nuestro galardón es eterno. No nos cansemos, porque a su debido tiempo segaremos si no desmayamos (Gálatas 6:9). Perseveremos hasta el final y recibiremos la corona de justicia que el Señor tiene preparada para sus hijos fieles.