Vosotros sois la luz del mundo

Hermanos, como hijos de Dios tenemos una misión sagrada: reflejar la luz de Cristo en medio de un mundo que vive en oscuridad. Nuestra vida debe ser un testimonio visible del poder transformador del Evangelio. El Señor nos llamó no solo para ser receptores de Su gracia, sino también para ser portadores de Su luz. Cada palabra, cada acción, cada decisión que tomamos debe apuntar a Cristo y mostrar al mundo que hay esperanza en Él. Cuando vivimos conforme a la voluntad de Dios, aquellos que aún no conocen la verdad pueden ver en nosotros un ejemplo vivo del amor, la paz y la misericordia del Señor.

Ser luz en un mundo lleno de tinieblas no es tarea fácil. La oscuridad espiritual que rodea a la humanidad busca apagar toda chispa de fe, pero los hijos de Dios han sido llamados a brillar con más intensidad. Jesús nos dijo que somos la luz del mundo, y esa declaración no es simbólica, es una responsabilidad real. A través de nuestro testimonio, muchas personas pueden llegar a conocer a Cristo. Cada acto de bondad, cada palabra de consuelo, cada gesto de amor sincero tiene el poder de iluminar corazones que viven sin esperanza. No se trata solo de hablar de Cristo, sino de vivir de tal forma que Su presencia sea evidente en nosotros.

Vosotros sois la luz del mundo; una ciudad asentada sobre un monte no se puede esconder.

Mateo 5:14

Jesús nos enseñó con estas palabras que la luz no fue creada para esconderse. Una lámpara no se enciende para guardarla debajo de una mesa, sino para colocarla en alto y que alumbre a todos los que están en casa. De igual manera, el creyente no debe ocultar su fe por temor, vergüenza o indiferencia. Nuestra luz debe brillar constantemente, sin importar el entorno en el que nos encontremos. A veces, el simple hecho de mantenernos firmes en nuestros valores cristianos ya es una forma poderosa de iluminar. Cuando el mundo espera odio, respondamos con amor; cuando el mundo exige venganza, mostremos perdón; cuando todos se desesperan, confiemos en el Señor. Esos actos reflejan la verdadera luz de Cristo.

Ser luz también implica una gran responsabilidad. No solo debemos hablar de lo que creemos, sino vivirlo. La gente observa nuestras acciones más que nuestras palabras. Si decimos amar a Dios pero vivimos en contradicción con Su Palabra, nuestra luz se apaga y perdemos la oportunidad de guiar a otros hacia Él. Por eso, debemos ser coherentes entre lo que profesamos y lo que hacemos. Que cada paso que demos, cada decisión que tomemos, glorifique a Dios. Que nuestra vida sea un faro en medio de la oscuridad, mostrando el camino hacia la verdad eterna que se encuentra en Cristo Jesús.

El apóstol Pablo también exhorta en Filipenses 2:15 a que seamos “irreprochables y sencillos, hijos de Dios sin mancha en medio de una generación maligna y perversa, en medio de la cual resplandecéis como luminares en el mundo”. Esa es nuestra misión: brillar en medio de la corrupción, de la mentira y de la desesperanza. No debemos permitir que las críticas, las burlas o la incredulidad de los demás apaguen nuestra luz. Al contrario, cuanto más oscuro sea el ambiente, más debe resplandecer la luz del cristiano. Nuestra vida debe ser una antorcha encendida que guíe a otros hacia la salvación.

Por eso, amados hermanos, entendamos este mensaje del Señor. No ocultemos la luz que hemos recibido. Dejemos que nuestro testimonio brille para que los demás vean las buenas obras que Dios ha hecho en nosotros y glorifiquen Su nombre. No se trata de mostrarnos a nosotros mismos, sino de reflejar al Salvador que vive en nuestro corazón. Que en nuestra familia, en nuestro trabajo, en nuestra comunidad y en cada lugar donde estemos, se vea el resplandor de Cristo. Si permanecemos unidos a Él, ninguna oscuridad podrá prevalecer. Dejemos, pues, que nuestra luz alumbre, para que muchos más puedan ver la gloria de Dios y ser transformados por Su amor. Amén.

Si Tu presencia conmigo no va yo no voy a ningún lugar
Estad gozosos en las pruebas