El Señor habita en nuestro interior, nos fortalece en cada circunstancia y nos sostiene cuando llegan los momentos más difíciles. Su Espíritu Santo es quien nos capacita para resistir la tentación y nos llena de poder cuando sentimos que no podemos continuar. Cada día debemos dar gracias a Dios por esa fortaleza invisible pero real que nos sostiene, porque sin Él, seríamos presa fácil del enemigo. La presencia de Dios en el corazón del creyente no es simbólica, es una verdad espiritual que cambia nuestra manera de vivir y enfrentar las pruebas.
Nunca sabemos cuándo la tentación se presentará. Puede aparecer en un instante de debilidad, cuando menos lo esperamos o cuando creemos estar más fuertes. Por eso la Palabra nos enseña a estar siempre preparados. Jesús dijo a sus discípulos: “Velad y orad, para que no entréis en tentación.” Esto nos recuerda que la vida cristiana requiere vigilancia constante. No basta con tener fe; debemos alimentarla y protegerla mediante la oración, la lectura de la Biblia y la comunión con Dios. Cada día debemos vestirnos de la armadura espiritual para resistir en el día malo y permanecer firmes.
Nuestro Señor Jesucristo también fue tentado. Satanás intentó hacerlo caer en tres áreas: la necesidad, el orgullo y el poder. Sin embargo, el Maestro venció porque el Espíritu Santo habitaba en Él y porque respondió con la Palabra de Dios. Cuando el diablo le ofreció convertir las piedras en pan, Jesús contestó: “No solo de pan vivirá el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios.” Con eso nos enseñó que la victoria sobre la tentación está en una vida llena de la Palabra y dirigida por el Espíritu. No se trata de fuerza humana, sino de dependencia total de Dios. Cuando la tentación llega, la carne quiere responder, pero el Espíritu de Dios nos recuerda la verdad y nos da dominio propio.
Pues en cuanto él mismo padeció siendo tentado, es poderoso para socorrer a los que son tentados.
Hebreos 2:18
Este versículo es una promesa de esperanza para cada creyente. Cristo no es un Salvador distante que observa desde lejos; Él conoce por experiencia lo que es ser probado. Jesús sufrió hambre, rechazo, angustia, tristeza y tentación, pero nunca pecó. Por eso puede socorrernos con compasión. Cuando nos sentimos tentados, no debemos escondernos de Dios, sino correr hacia Él. Él no nos juzga con dureza, sino que nos extiende Su mano para levantarnos y fortalecernos. Cada vez que clamamos por ayuda, Su Espíritu nos recuerda que no estamos solos en la batalla.
La vida cristiana no está exenta de pruebas, pero tenemos una promesa firme: Dios nunca nos dejará ni nos desamparará. Como dice la Escritura, “no veremos a un justo desamparado.” Esto significa que aunque pasemos por tentaciones o tribulaciones, el Señor siempre proveerá una salida. Jesús fue tentado y venció, y ahora Él está dispuesto a socorrer a los que confían en Él. Él no permite que enfrentemos nada que esté fuera de nuestra capacidad espiritual para resistir, y cuando la carga parece insoportable, Él nos da la salida para que podamos soportar. Su socorro llega justo a tiempo, porque Él habita en los que le pertenecen.
Tu socorro viene del Señor, no de las fuerzas humanas ni de los recursos de este mundo. Cuando sientas debilidad, recuerda que dentro de ti habita Aquel que venció en la cruz y derrotó el poder del pecado. Su presencia trae refrigerio al alma cansada y paz al corazón atribulado. Cuando el enemigo quiera engañarte, recuerda que Jesús ya ganó la batalla. Él vive en ti, y Su poder se perfecciona en tu debilidad. Cree, ora y resiste, porque el mismo Espíritu que levantó a Cristo de entre los muertos también te sostiene a ti. No dudes: el Señor está contigo y te ayudará a vencer toda tentación.
Camina confiando en que el Señor habita en tu interior. Cuando sientas que no puedes más, recuerda que el Espíritu Santo no te abandona ni un segundo. Él es tu guía, tu fuerza y tu refugio. No temas al enemigo ni a la tentación, porque Cristo vive en ti. Él es poderoso para socorrerte, para levantarte y para darte la victoria. No luches solo; entrega tus cargas al Señor y permite que Su poder actúe en ti. Así experimentarás la libertad y la paz que solo Él puede dar. Amén.