Nuestra meta es llegar a la morada que Dios ha preparado para nosotros, poder caminar en esta tierra de la manera correcta para que en el gran día del juicio final podamos ser invitados a formar parte de esa Tierra Celestial.
Este anhelo no es algo pasajero, es la meta suprema que todo creyente debe tener en su corazón. No se trata solo de vivir el día a día, sino de mantener la mirada en lo eterno, en lo que realmente tiene valor. Las metas terrenales pueden darnos satisfacción momentánea, pero la meta de alcanzar la vida eterna nos dará gozo completo y eterno junto a nuestro Señor Jesucristo.
Prosigamos la meta, aunque el camino sea difícil, lleno de turbulencia, fijemos nuestras mirada en Aquel que nos ha hecho promesas interminables. Dios es grande y soberano, Su poder es magnífico, sus obras y promesas son perfectas.
Muchos en el mundo buscan alcanzar logros personales, fama o riquezas, sin embargo, estas cosas son temporales y un día se acabarán. El apóstol Pablo nos recuerda que la verdadera riqueza está en Cristo, porque en Él encontramos todo lo que necesitamos para vencer. Si confiamos y nos agarramos de Cristo Jesús, podremos llegar a esa gran meta, pues Él nos ayudará a avanzar en su nombre.
Creamos a Aquel que está en nuestro frente, Aquel cuyo nombre es sobre todo nombre, magnífico y sublime, no nos detengamos, prosigamos esa meta, porque aunque el camino sea largo, con nuestro Dios podremos levantar bandera en las alturas.
prosigo a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús.
Filipenses 3:14
El capítulo tres de la carta del apóstol Pablo a los filipenses es una motivación para que pongamos nuestra mirada en esa meta de estar con nuestro Señor Jesucristo en la eternidad de las eternidades. En el versículo 13 manda a olvidarse de lo que está atrás y a mirar lo que tenemos por delante, que es esa meta de la cual se habla en el versículo 14.
Cuando Pablo habla de «olvidar lo que queda atrás», nos invita a dejar de lado los errores, fracasos y cargas que nos impiden avanzar. Todos hemos cometido errores en el pasado, pero el perdón de Dios es más grande que cualquier culpa. Mirar hacia adelante implica levantarnos con fe, seguros de que en Cristo hay una nueva oportunidad.
El camino del creyente no siempre es sencillo. Encontraremos pruebas, tentaciones y momentos de desánimo, pero en medio de esas luchas es cuando más debemos recordar la meta final. Así como un corredor no se distrae con lo que pasa a su alrededor, nosotros tampoco debemos apartar la vista del galardón eterno. Cada esfuerzo, cada sacrificio y cada acto de fe tienen valor eterno delante de Dios.
Nosotros debemos también tomar estas palabras y mirar a la meta, de la cual estamos más cerca cada día. Olvidemos el pasado, pidamos perdón a Dios y pidamos ayuda para andar sabiamente delante de Él para que podamos estar con Él por la eternidad.
En este sentido, es importante cultivar una vida de oración, lectura de la Palabra y comunión con los hermanos en la fe. Estas prácticas nos fortalecen espiritualmente y nos recuerdan que no estamos solos en la carrera. La iglesia es esa comunidad de apoyo que nos impulsa a no rendirnos y a mantener firme la esperanza.
Así que, te dejamos con estas palabras finales, con el versículo que vimos anteriormente dicho de otra manera: Prosigue a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús.
Querido lector, no te rindas. Quizás hoy te sientas cansado o pienses que el camino es demasiado largo, pero recuerda que la meta vale todo esfuerzo. Cristo te espera con brazos abiertos y con una corona de vida eterna. Persevera, sigue adelante y nunca olvides que tu ciudadanía está en los cielos, donde un día estarás con el Señor para siempre.