Hay momentos en los cuales precisamos de hacer silencio, esto es de entendidos, es honra para todos los que de espíritu son prudentes. Esta es la persona sabia, por eso es bueno que cada día podamos ser entendidos y pidamos sabiduría al Señor y que podamos sentir cuando llegue el momento de callar.
¿Qué pues diremos del hombre necio? Sus actos lo delatan, no es entendido, habla solo por darse a notar, se hace sabio en sus propios pensamientos y palabras y por sus actos caen de sus mismos pies.
Es bueno notar la grande sabiduría que este hombre tenía, él solo ponía su mirada y su corazón en las manos de Dios. El libro de proverbios nos da una clara enseñaba acerca del momento en que podemos callar, del momento en que debemos actuar:
Recordemos que por encima de todos está Dios. A Él es que debemos pedirle que nos guíe a toda justicia y toda verdad, que se lleve toda confusión, y aumente nuestras sabiduría.
Reflexión final
El silencio, cuando es guiado por la sabiduría, se convierte en una herramienta poderosa en manos del creyente. No se trata de callar por miedo o indiferencia, sino de aprender a discernir los momentos en que nuestras palabras pueden edificar y aquellos en que pueden destruir. Un silencio prudente puede evitar conflictos, traer paz a una discusión y mostrar madurez espiritual. Incluso en la vida diaria, en el hogar, en el trabajo o en la iglesia, saber escuchar más que hablar nos coloca en una posición de aprendizaje y nos libra de muchos tropiezos.
En un mundo donde todos desean opinar, donde las redes sociales nos empujan a hablar sin meditar, la Palabra de Dios nos recuerda la importancia de refrenar la lengua. Santiago 1:19 dice: “Todo hombre sea pronto para oír, tardo para hablar, tardo para airarse”. Este principio nos invita a reflexionar antes de responder, a evaluar nuestras palabras, y a recordar que de cada palabra ociosa daremos cuenta delante de Dios. El silencio prudente puede ser más elocuente que mil discursos vacíos.
Aprendamos también que el silencio abre la puerta a escuchar la voz del Espíritu Santo. Muchas veces nuestras propias palabras y pensamientos hacen ruido en nuestro interior, y por eso nos cuesta oír lo que Dios quiere decirnos. Guardar silencio en oración, en la meditación de la Palabra y en momentos de prueba, nos conecta con la dirección divina. Dios sigue hablando, pero solo los que saben callar y escuchar con un corazón humilde reciben Su consejo.
Así que, amados hermanos, no menospreciemos el valor del silencio. Seamos sabios al hablar, prudentes al responder y humildes para escuchar. El necio se apresura en abrir su boca, pero el sabio se detiene, piensa y espera el momento oportuno. Que nuestras palabras sean pocas, pero llenas de gracia y verdad. Y cuando sea mejor callar, que ese silencio glorifique a Dios y refleje la prudencia que proviene del cielo. Recordemos siempre que aún el necio es contado por sabio cuando calla; cuánto más nosotros, que tenemos al Espíritu de Dios, deberíamos aprender el arte de callar en el momento oportuno y hablar solo cuando nuestras palabras sean de edificación.