Señor, a Ti siempre clamo porque sé que Tú escuchas mi oración, de mañana cuando invoco Tu nombre, pues ahí estás para darle aliento a mi espíritu, por eso vengo a Ti dispuesto a alabar Tu Santo Nombre.
Mi espíritu se fortalece cuando voy a Ti, por eso mi corazón se alegra cuando clamo a Ti, vengo a Ti cada mañana, a cada momento rindo delante de Ti mis oraciones, aun cuando te fallo voy delante de Ti y Tú me perdonas y me haces más fuerte.
Oh Señor cada día soy tentado por mi enemigo, pero confío en Ti porque Tú eres quien me ayuda a seguir adelante, eres Tú Señor quien guía mi camino.
Por Tu gran misericordia para con mi vida, por tu enorme bondad y Tu fidelidad, por eso no me canso de glorificar Tu nombre, así como David oraba a Ti, que iba humillado delante de Ti y se postraba con adoración. Veamos algunas palabras que pronunció David delante de nuestro Dios:
Por amor de tu nombre, oh Jehová, Perdonarás también mi pecado, que es grande.
Salmos 25:11
El salmista David se sentía mal cuando fallaba al Señor, por eso iba delante del Señor implorando el perdón y la dirección de Dios.
Para el salmista nada de lo que había a su alrededor importaba, porque él solo quería que el Señor le perdonara por haberle desobedecido y por eso que su corazón se encontraba en gran aflicción.
Así que, cuando tengas tu corazón abatido, ve delante del Señor y haz una gran oración pidiendo el perdón y la dirección de Dios
La oración es el puente que nos conecta con la gracia y el perdón divino. No es solamente un acto religioso, sino una expresión genuina de dependencia total en Aquel que tiene el poder de restaurarnos. Cuando confesamos nuestras faltas, cuando dejamos que nuestra voz exprese lo que oprime nuestro corazón, encontramos alivio en la presencia de Dios. El mismo Jesús nos enseñó a orar diciendo: «Perdónanos nuestras deudas, así como nosotros perdonamos a nuestros deudores». Esto nos recuerda que la oración va unida al perdón, porque aquel que ha sido perdonado también debe perdonar.
Orar no siempre significa recibir inmediatamente la respuesta que esperamos, pero sí garantiza que nuestro corazón será fortalecido y renovado. Cada oración es escuchada en el cielo, aunque el cumplimiento de la respuesta tenga un tiempo señalado por Dios. David lo sabía bien, por eso no se cansaba de clamar. Aun en sus caídas, buscaba al Señor. Esa misma perseverancia debe caracterizarnos a nosotros. No importa cuánto hayamos fallado, siempre habrá un lugar en la presencia de Dios para volver a comenzar.
Cuando la culpa o la aflicción intenten robarnos la paz, recordemos que podemos acercarnos confiadamente al trono de la gracia, como dice Hebreos 4:16, para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro. Allí no encontraremos un Dios distante o indiferente, sino un Padre lleno de amor, dispuesto a perdonar, restaurar y levantar.
Por eso, nunca dejemos que la vergüenza o el miedo nos aparten de la oración. Al contrario, que esos sentimientos sean un motor que nos impulse a buscar más del Señor. La oración sincera limpia, restaura y abre puertas que parecían cerradas. Nos da paz en medio de la tormenta, calma nuestro corazón intranquilo y nos asegura que no estamos solos. El mismo Dios que escuchó a David, escucha hoy también tus palabras, tus suspiros y hasta lo que tu boca no logra expresar.
Finalmente, hagamos de la oración un hábito constante. No esperemos el momento de la aflicción para clamar, sino busquemos a Dios en todo tiempo. Al amanecer, en medio de las labores diarias, en la noche antes de dormir. Un corazón que ora se mantiene sensible a la voz de Dios y abierto a Su dirección. Que cada día podamos acercarnos con humildad y fe, sabiendo que la oración lo cambia todo. Cuando ores, recuerda: Dios está atento, Él escucha, y en Su tiempo perfecto responderá.