Su amor me alcanzó, ahora soy diferente

Hermanos, adoremos a Dios por Su gran amor que ha llegado a nuestras vidas, transformando así nuestros corazones de piedra a corazones llenos de amor y bondad.

Dios nos llenó de Su grande amor para que así podamos estar siempre alegres, que en todo lugar estemos felices y agradecidos de nuestro Dios grande y poderoso porque no hay otro amor tan grande como el de nuestro Dios.

Los que están fuera de Dios no perciben este amor tan grandioso, este amor que se ve a leguas cuando llega a la vida de una persona. Este amor no viene de hombre natural, no viene de hombre que no conoce a nuestro Dios, este amor viene de Aquel que en verdad tiene amor para toda la humanidad.

Este es el amor que nos ayuda a conocer más al Padre y a aprender lo que Él tiene en el camino para cada uno de nosotros.

Por eso el libro de Juan nos habla de este amor tan maravilloso que sale de nuestro Dios para toda Su creación.

El que no ama, no ha conocido a Dios; porque Dios es amor.

1 Juan 4:8

Este versículo está más que claro, nos dice que quien no tiene amor no ha conocido de Dios porque Dios es amor. Si tú recibes a Dios, Le conocerás y sabrás que ese amor viene solamente del Padre.

Cuando hablamos del amor de Dios no nos referimos a un sentimiento pasajero o superficial como muchas veces lo presenta el mundo. Hablamos de un amor verdadero, eterno, que no depende de lo que somos ni de lo que tenemos, sino de lo que Dios es. Él nos amó aun cuando éramos pecadores, como lo enseña el apóstol Pablo en Romanos 5:8: “Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros”.

Ese amor nos cambia completamente. Una persona que recibe el amor de Dios ya no puede seguir viviendo de la misma manera. Sus pensamientos, sus palabras y sus acciones son transformadas. Donde antes había odio, ahora hay perdón; donde había egoísmo, ahora hay generosidad; donde había tristeza, ahora hay gozo. Este es el fruto evidente de haber sido alcanzados por la gracia de nuestro Señor.

El amor de Dios también nos impulsa a compartirlo con otros. No es un amor que se guarda en el corazón de forma egoísta, sino que se manifiesta en actos de bondad, compasión y misericordia hacia los demás. Jesús nos enseñó que el mandamiento más grande es amar a Dios con todo nuestro corazón, alma y mente, y el segundo es semejante: amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos (Mateo 22:37-39). Por lo tanto, vivir en el amor de Dios significa también vivir en servicio y entrega hacia los demás.

En la Biblia encontramos muchos ejemplos de cómo este amor se manifestó en la vida de hombres y mujeres que confiaron en el Señor. Abraham confió en las promesas de Dios y fue llamado Su amigo. José, a pesar de ser vendido por sus hermanos, les perdonó y les mostró misericordia. Y el mismo apóstol Juan, conocido como “el discípulo amado”, escribió constantemente acerca de la importancia de permanecer en el amor de Dios para poder vencer en este mundo lleno de maldad.

Hoy más que nunca necesitamos recordar esta verdad: Dios es amor. En un mundo lleno de violencia, indiferencia y odio, el amor de Dios es la única respuesta que puede traer paz a nuestros corazones y esperanza a nuestras familias y comunidades. Cuando abrimos nuestro corazón a Dios, aprendemos a mirar a los demás con Sus ojos y a extender ese amor que transforma y restaura.

Querido lector, no dejes pasar la oportunidad de experimentar este amor maravilloso. No importa cuál sea tu condición, no importa qué hayas hecho en el pasado, el amor de Dios está disponible para ti hoy. Solo debes abrir tu corazón y permitir que Él entre, porque donde entra el amor de Dios, también entra la luz, la paz y la vida eterna.

En conclusión, adoremos a Dios porque Él es amor. Vivamos agradecidos por ese regalo inmenso que no tiene comparación y compartámoslo con otros. Que nuestras vidas sean un reflejo de ese amor divino, para que todo el mundo pueda ver en nosotros la bondad, la misericordia y la gracia de nuestro Señor Jesucristo. Amén.

La alegría viene del Señor, por eso le alabaré
Al Señor cantaré alabanzas del corazón, porque me ha hecho libre