Asienta mis pies en la roca

Asienta mis pies en la roca. Debemos repetir esta frase día tras día, porque cuando asentamos nuestros pies en la roca, estaremos seguros porque esta roca es nuestro Señor, firme y segura, cualquiera que se asiente en esa roca no caerá.

La vida cristiana no está exenta de tormentas. Cada día enfrentamos pruebas, tentaciones y dificultades que amenazan con derribarnos. Pero si hemos afirmado nuestros pies en la roca que es Cristo, ninguna tormenta podrá destruirnos. Las olas pueden golpear, los vientos pueden soplar con fuerza, pero la casa edificada sobre la roca permanece firme. Esa es la seguridad que tenemos cuando nuestra vida está sostenida por el Señor.

Recordemos algo muy importante: si fundamentas una casa sobre tierra movediza, esta se caerá y todos tus esfuerzos serán en vano. No importa cuánto tiempo o recursos se hayan invertido, tarde o temprano esa casa se derrumbará porque no tenía un cimiento sólido. Pero si tu casa es construida en tierra firme y rocosa, entonces esta casa permanecerá porque está asegurada sobre un buen fundamento. Así es nuestra vida: el fundamento lo es todo.

El Señor Jesucristo mismo enseñó esto en el evangelio de Mateo (7:24-27), comparando al hombre prudente que edifica sobre la roca con el insensato que edifica sobre la arena. Uno permanece firme ante la lluvia, los ríos y los vientos, mientras que el otro se desploma. Esa enseñanza sigue siendo actual y nos recuerda que no basta con escuchar la Palabra, sino ponerla en práctica y cimentar nuestra vida en Cristo.

Por eso hemos puesto este ejemplo: para que podamos confiar fielmente en el Señor. Todo el que se asienta en Él permanecerá fuerte y lleno de valor, pero todo el que está fuera de Cristo verá cómo su vida se derrumba tarde o temprano, porque no está edificada sobre la roca firme que es nuestro Dios. La autosuficiencia, la confianza en las riquezas, en el poder o en la sabiduría humana son arenas movedizas que no pueden sostenernos. Solo el Señor es un fundamento inquebrantable.

Queridos hermanos, seamos sabios, actuemos con entendimiento espiritual y reconozcamos que nuestras vidas deben estar edificadas sobre nuestra roca fuerte que es Dios. Cuando nos apoyamos en Él, no seremos rechazados, sino más bien, seremos respaldados, fortalecidos y guardados por Su mano poderosa. Cristo es la piedra angular, la roca sobre la cual la Iglesia está firmemente establecida, y nosotros somos llamados a vivir arraigados en Él.

2 Jehová, roca mía y castillo mío, y mi libertador; Dios mío, fortaleza mía, en él confiaré; Mi escudo, y la fuerza de mi salvación, mi alto refugio.

3 Invocaré a Jehová, quien es digno de ser alabado, Y seré salvo de mis enemigos.

4 Me rodearon ligaduras de muerte, Y torrentes de perversidad me atemorizaron.

Salmos 18:2-4

¿Quién es esta roca? Esta roca es nuestro Dios. El salmista David decía “roca mía” porque solo en esa roca estaba su confianza. David había aprendido a refugiarse en el Señor, a depender de Él en tiempos de peligro, angustia y persecución. Sus palabras no son teóricas, son el testimonio de un hombre que había experimentado la protección y fortaleza de Dios en carne propia.

David necesitaba de esta roca constantemente. Él iba a ella en oración, se sostenía de ella en medio de sus luchas y encontraba en ella descanso para su alma. Esta roca nunca le fallaba, nunca se movía, siempre estaba allí para sostenerlo. Y esa roca sigue siendo la misma hoy: Cristo es inmutable, fiel y seguro, ayer, hoy y por los siglos.

Amado lector, no busques seguridad en lo pasajero. Todo lo que este mundo ofrece es frágil y temporal. Pero si afirmas tus pasos en Cristo, estarás sobre un fundamento eterno. Aunque la vida sacuda tus cimientos, tu fe no será movida, porque se sostiene en Aquel que es roca firme.

Conclusión

El llamado es claro: edificar nuestras vidas sobre la roca inquebrantable que es el Señor. Solo en Él encontramos fortaleza, refugio y salvación. Así como David clamó “roca mía y castillo mío”, también nosotros debemos reconocer que sin Cristo nuestra vida se derrumba, pero con Él estamos seguros. No importa cuán fuertes sean las pruebas, ni cuán intensas las tormentas, el Señor permanece fiel. Que cada día podamos repetir con convicción: “Mis pies están firmes en la roca”, y que esa seguridad nos lleve a vivir en confianza, gratitud y obediencia a nuestro Dios.

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