¿Por qué Dios me ama?

Podría dejar este artículo vacío como plena respuesta de nuestra interrogante, y es que realmente no podemos encontrar un solo motivo humano por el cual Dios nos ame. Claro, somos Su creación, pero recordemos que esa misma creación ha sido la que le ha dado la espalda desde el mismo inicio en Génesis. El hombre escogió rebelarse contra el Creador, desobedeciendo y siguiendo su propio camino. Y aun así, en medio de esa desobediencia, Dios no nos desechó por completo, sino que manifestó Su amor de una manera que sobrepasa todo entendimiento.

Entonces surge la gran pregunta: ¿por qué Dios nos ama? ¿Por qué entregó a Su único Hijo para que muriera por nuestras maldades? ¿Por qué un Dios santo, justo y perfecto amaría a seres que constantemente le fallan? La respuesta se resume en una palabra gloriosa: gracia. Dios no nos ama porque hacemos cosas correctas, ni porque lo merecemos, ni porque somos mejores que otros. Dios nos ama porque así lo ha dictado Su voluntad, porque Su carácter es amor, y porque Su gracia es inmerecida pero derramada abundantemente sobre nosotros.

La Biblia nos enseña con claridad:

Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros.
Romanos 5:8

Este versículo derriba cualquier idea equivocada que podamos tener. Dios no mostró Su amor por nosotros porque éramos buenas personas, sino precisamente porque éramos malas personas. Cristo no vino a salvar a justos, sino a pecadores (Lucas 5:32). El apóstol Pablo es enfático al decir en Romanos 3 que todos estábamos destituidos de la gloria de Dios. Esa es nuestra condición sin Cristo: alejados, rebeldes, incapaces de acercarnos a Dios por nuestras propias fuerzas.

Pero aquí brilla aún más la gracia de Dios. Nos amó no por lo que somos, sino a pesar de lo que somos. Nos amó en nuestra peor condición, en nuestro estado más deplorable. Y Su amor no fue solamente en palabras, sino en acción: entregó a Su Hijo en sacrificio perfecto para reconciliarnos consigo mismo. ¡Qué glorioso evangelio! Un amor que se da por completo aun cuando el receptor no lo merece.

Mirad cuál amor nos ha dado el Padre, para que seamos llamados hijos de Dios; por esto el mundo no nos conoce, porque no le conoció a él.
1 Juan 3:1

No solo nos amó y nos salvó, sino que además nos adoptó como Sus hijos. Aquí encontramos otro nivel del amor divino: no basta con que Cristo nos haya librado de la condenación, sino que ahora tenemos un lugar en Su familia. Ya no somos extranjeros, ni enemigos, ni extraños, sino que somos hijos amados del Padre celestial.

Este amor no depende de nuestras circunstancias, ni se agota con el tiempo. No se reduce cuando fallamos, ni se engrandece cuando hacemos buenas obras. Es un amor eterno, fiel, firme, inmutable, porque está basado en el carácter de Dios mismo y no en la fragilidad del ser humano. El profeta Jeremías ya lo expresaba con claridad cuando dijo: “Con amor eterno te he amado; por tanto, te prolongué mi misericordia” (Jeremías 31:3).

Gracias a Dios que nos ama, no porque somos buenos, sino porque Él en Su misericordia así lo ha decidido. Y ese amor nos transforma. No puede dejarnos igual. Nos impulsa a vivir en gratitud, a abandonar el pecado, a buscar la santidad y a compartir con otros ese mismo mensaje de esperanza. El amor de Dios no es solo un tema para reflexionar, sino una realidad para experimentar y anunciar.

Querido lector, cuando sientas que no vales nada, recuerda que Dios te amó cuando menos lo merecías. Cuando pienses que nadie te entiende, recuerda que Cristo murió por ti. Y cuando dudes de tu futuro, descansa en el amor eterno de Aquel que nunca cambia. No hay razón humana que explique este amor, solo podemos adorarlo y rendirnos ante Él con un corazón agradecido.

5 versos de la Biblia sobre la confianza en el Señor
Tenían todo a su alcance y no conocieron al Salvador