Hermanos, debemos cuidarnos bajo el escudo poderoso de Dios, actuando con la sabiduría que viene de lo alto, para que así podamos vencer toda tentación, toda mala influencia que intente desviarnos de la verdad de Cristo. A lo largo de la historia de la iglesia, hemos visto cómo personas han tratado de engañar a los más débiles en la fe, convirtiéndolos en presa fácil del enemigo. Por eso debemos estar firmes, vestidos de la armadura de Dios y con discernimiento, para que no seamos arrastrados por doctrinas falsas ni por tentaciones pasajeras.
La Escritura nos enseña que aquel que es débil debe declarar con fe: «Dios es mi fortaleza y mi escudo, y debajo de Él estaré seguro». Nuestra seguridad no depende de nuestra fuerza personal, sino del poder de Dios que nos sostiene. Si creemos en el Señor con todo el corazón y caminamos conforme a sus palabras, entonces no tendremos temor de lo que el enemigo quiera enviar contra nosotros. La victoria no proviene de nuestro esfuerzo humano, sino de la gracia de Cristo, que nos fortalece en cada batalla espiritual.
Veamos qué nos dice el Señor acerca de aquellos que se convierten en piedra de tropiezo para su prójimo:
6 Y cualquiera que haga tropezar a alguno de estos pequeños que creen en mí, mejor le fuera que se le colgase al cuello una piedra de molino de asno, y que se le hundiese en lo profundo del mar.
7 ¡Ay del mundo por los tropiezos! porque es necesario que vengan tropiezos, pero ¡ay de aquel hombre por quien viene el tropiezo!
8 Por tanto, si tu mano o tu pie te es ocasión de caer, córtalo y échalo de ti; mejor te es entrar en la vida cojo o manco, que teniendo dos manos o dos pies ser echado en el fuego eterno.
9 Y si tu ojo te es ocasión de caer, sácalo y échalo de ti; mejor te es entrar con un solo ojo en la vida, que teniendo dos ojos ser echado en el infierno de fuego.
Mateo 18:6-9
En estos versículos, Jesús hace una advertencia muy seria. Nos dice que cualquiera que haga tropezar a los pequeños —es decir, a aquellos que creen en Él con un corazón sencillo— carga con una gran responsabilidad. Sus palabras son tan fuertes que declara que sería mejor para esa persona colgarse una piedra de molino al cuello y hundirse en el mar antes que ser culpable de desviar a uno de sus hijos. Esto muestra lo grave que es, ante los ojos de Dios, ser un obstáculo en el caminar espiritual de los demás.
Jesús también pronuncia un “¡Ay!” contra el mundo por los tropiezos. Reconoce que en este mundo, por causa del pecado, habrá pruebas, tentaciones y tropiezos. Pero advierte con claridad: ¡ay de aquel hombre por quien viene el tropiezo! Es decir, el juicio de Dios caerá sobre quienes se conviertan en instrumentos de escándalo y engaño. No hay escape para aquel que intencionalmente arrastra a otros al pecado, pues Dios es justo y su juicio no se hace esperar.
Finalmente, Jesús nos exhorta a tomar medidas radicales contra el pecado en nuestra propia vida. Cuando dice: “si tu mano, tu pie o tu ojo te es ocasión de caer, córtalo y échalo de ti”, no habla literalmente de mutilarnos, sino de apartar con decisión todo aquello que pueda ser un obstáculo en nuestro caminar con Dios. Puede ser un hábito, una relación, un pensamiento o una práctica que nos aleje de la santidad. El Señor nos está llamando a despojarnos de todo lo que nos impide vivir conforme a su voluntad, aunque duela, aunque implique sacrificio.
Así que, hermanos, vamos a cuidarnos de tropezar en este camino y de ser piedra de tropiezo para los demás. En vez de desanimar, debemos edificar; en lugar de confundir, debemos guiar a otros a la verdad de Cristo. Recordemos que nuestra vida no solo nos afecta a nosotros, sino que también puede influir en quienes nos rodean. Seamos luz en medio de la oscuridad, ejemplo de fe y testimonio vivo de que Jesús transforma y sostiene. Que el Señor nos dé discernimiento, fortaleza y sabiduría para vivir de tal manera que otros glorifiquen a Dios al ver nuestras buenas obras.