El oficio de ser profeta en el Antiguo Testamento fue algo muy serio y de gran responsabilidad. Los profetas eran portavoces directos de Dios, hombres elegidos para transmitir su mensaje al pueblo. Su labor no consistía en agradar a los hombres, sino en proclamar la verdad divina, aunque muchas veces esta verdad fuese dura o incómoda. Como en todo oficio existente, siempre han existido falsos y verdaderos, y en el pueblo de Israel abundaban muchos falsos profetas. Por eso Elías, en una ocasión, se resignó al pensar que él era el único profeta de Dios que quedaba en la tierra, olvidando que el Señor siempre guarda un remanente fiel.
Primero que todo, ¿qué es un profeta? No es nada más que una persona escogida por Dios para transmitir mensajes divinos, ya sea sobre acontecimientos futuros o sobre la voluntad presente de Dios para su pueblo. Un profeta verdadero hablaba por intervención del mismo Dios, sin añadir ni quitar a su palabra. Entonces, ¿qué es un falso profeta? Es una persona que presume de que Dios le reveló algo, pero en realidad Dios nunca le dijo nada. Así de sencillo y así de peligroso. Los falsos profetas engañaban al pueblo con sus sueños y visiones inventadas, desviando sus corazones de la verdad.
En el libro de Jeremías encontramos una fuerte confrontación contra los falsos profetas. Ellos decían: «Soñé, soñé», y usaban esas palabras para dar apariencia de espiritualidad. Sin embargo, Dios mismo los desenmascaraba, declarando que solo hablaban el engaño de su propio corazón. En otras palabras, no eran mensajeros de Dios, sino mensajeros de sí mismos. Su objetivo no era edificar, sino manipular; no era guiar, sino confundir.
Oh amado lector, cuídate tú también de los falsos de este tiempo. No los escuches ni pongas tu confianza en ellos. En la actualidad también hay quienes se presentan como enviados de Dios, pero en realidad buscan provecho personal, fama o ganancias. La Biblia nos invita a probar los espíritus, a examinar todo a la luz de la Escritura y a retener lo bueno. La fidelidad a la Palabra de Dios es el antídoto contra el engaño de los falsos profetas.
Tengamos cuidado con aquellos que dicen constantemente que sueñan o que tienen visiones, pero cuyas palabras no están respaldadas por la verdad de la Escritura. El Nuevo Testamento nos enseña a someter todas las profecías y revelaciones a la Palabra de Dios para ver si en verdad tienen alguna relación con lo que Él ya ha revelado. Recordemos que Dios no se contradice: si alguien habla en su nombre, lo que dice debe coincidir plenamente con la Biblia. De lo contrario, no proviene de Él.
El llamado es claro: mantenernos firmes en la verdad, buscar diariamente a Dios en su Palabra, y aprender a discernir entre lo verdadero y lo falso. Solo así podremos permanecer fieles, sin ser arrastrados por las mentiras de este mundo, y podremos seguir la voz del Buen Pastor, que siempre conduce a su pueblo a la verdad y a la vida eterna.