Por este mundo han pasado muchísimas personas que han sido muy sabias y que al día de hoy seguimos recordando, y sus aportes permanecen plasmados en los libros de historia. También han existido hombres y mujeres que lograron grandes descubrimientos, avances científicos, obras literarias o teorías que transformaron la manera en que entendemos la vida. Sin embargo, ninguno de ellos puede compararse con la sabiduría y el poderío de nuestro Dios. Toda sabiduría humana es limitada y pasajera, pero la sabiduría divina es eterna, inmutable y perfecta.
La Biblia dice:
20 Y Daniel habló y dijo: Sea bendito el nombre de Dios de siglos en siglos, porque suyos son el poder y la sabiduría.
21 El muda los tiempos y las edades; quita reyes, y pone reyes; da la sabiduría a los sabios, y la ciencia a los entendidos.
22 El revela lo profundo y lo escondido; conoce lo que está en tinieblas, y con él mora la luz.
Daniel 2:20-22
Estos versos son parte de una oración de Daniel cuando el rey Nabucodonosor exigió que le interpretaran un sueño misterioso. Nadie entre los sabios, astrólogos o adivinos de su reino pudo darle respuesta, lo cual demostró que la sabiduría humana es insuficiente frente a los misterios divinos. Sin embargo, Dios reveló a Daniel la visión y la interpretación, mostrando así que la verdadera fuente de todo conocimiento está en Él. El rey recurrió a sus hombres más preparados, pero ninguno tuvo éxito; solo a través de su siervo, Dios manifestó que el poder y la sabiduría le pertenecen únicamente a Él.
Este es uno de los escenarios bíblicos donde Dios demuestra una vez más Su gloria y Su sabiduría. La revelación del sueño no solo trajo tranquilidad al rey, sino que también impactó su corazón, mostrándole que había un Dios más grande que todos los dioses que él conocía. La obra poderosa de Dios, a través de Daniel, fue un testimonio claro de que el Altísimo gobierna sobre las naciones y que es Él quien cambia los tiempos y las estaciones, quien establece reyes y quien los derriba.
Lo más notable de este pasaje es que resalta cómo Dios tiene el control absoluto sobre la historia. Él no solo posee la sabiduría, sino también el poder para dirigir los acontecimientos. Los hombres pueden tener planes, estrategias o ambiciones, pero es el Señor quien determina el rumbo final de las naciones. Daniel lo entendió y por eso proclamó: «Sea bendito el nombre de Dios de siglos en siglos». Su confesión no fue una simple frase religiosa, sino una declaración de fe en el Dios soberano que gobierna sobre todo.
De la misma manera hoy, Dios sigue siendo el más sabio y el más poderoso. Ninguna inteligencia artificial, ninguna teoría filosófica, ninguna ciencia avanzada puede superar el conocimiento de Dios. Su sabiduría es tan profunda que penetra en lo más escondido del corazón humano y revela lo que para nosotros es imposible de ver. Él conoce lo que está en tinieblas y con Él mora la luz, porque nada está oculto ante su mirada.
El apóstol Pablo lo expresa de manera contundente en 1 Corintios 1:25: «Porque lo insensato de Dios es más sabio que los hombres, y lo débil de Dios es más fuerte que los hombres». Esta declaración nos enseña que incluso lo que pudiéramos considerar como lo más pequeño o débil en Dios es infinitamente superior a lo más alto de la capacidad humana. La sabiduría de los hombres tiene límites, pero la de Dios es insondable; la fuerza del hombre se desgasta, pero la de Dios permanece eternamente.
Por tanto, no pongamos nuestra confianza absoluta en la sabiduría humana, por valiosa que sea, sino en la sabiduría perfecta del Señor. Que este pasaje de Daniel nos inspire a reconocer que solo Dios merece toda gloria y honra, porque suyo es el poder, la ciencia y la sabiduría. Y que al igual que Daniel, podamos bendecir su nombre en todo tiempo, declarando que Él es el único Dios verdadero, digno de toda alabanza y obediencia.