Tu luz debe estar siempre en la posición más alta. Esa luz no es otra que la luz de Cristo, la cual recibimos cuando estamos en Su Palabra. Ella alumbra nuestros pasos y, en medio de la oscuridad, se enciende para mostrarnos el camino correcto. Cristo es nuestra luz en medio de las tinieblas, y sin Él estaríamos perdidos, caminando a ciegas por la vida. La Biblia nos recuerda que Su Palabra es lámpara a nuestros pies y lumbrera a nuestro camino, y es precisamente esa luz la que nos permite vivir conforme a Su voluntad.
El ser portadores de la luz de Cristo no es algo que podamos guardar en secreto. Jesús fue muy claro al enseñarnos que no se enciende una lámpara para esconderla, sino para que alumbre a todos los que están alrededor. Así también, nuestra fe y nuestro testimonio deben ser visibles. No podemos ser creyentes únicamente en lo privado, sino que nuestra vida debe reflejar en público que Cristo vive en nosotros. Cuando otros vean nuestras acciones, podrán reconocer que esa luz no proviene de nosotros, sino del Señor que mora en nuestros corazones.
Dar ejemplo ante todo tipo de circunstancia es la manera más efectiva de manifestar la luz de Cristo. No siempre será necesario predicar con palabras, porque muchas veces lo que más impacta es el testimonio de nuestras obras. En la familia, en el trabajo, en la escuela o en la calle, cada decisión que tomemos puede ser un reflejo de esa luz. Por eso, cuando mostramos paciencia en medio de la prueba, amor en medio del odio o fe en medio de la incertidumbre, estamos dejando que la luz de Cristo brille a través de nosotros.
En este sentido, ser luz también implica responsabilidad. No podemos vivir como el mundo vive y al mismo tiempo querer brillar para Cristo. Si nuestra lámpara está cubierta por actitudes de pecado, murmuración, egoísmo o indiferencia, esa luz se opacará. El llamado de Jesús es a mantenernos en santidad, a no conformarnos a este siglo, sino a renovar nuestra mente por medio de Su Palabra. Una lámpara limpia y bien cuidada siempre alumbrará con más intensidad.
Por eso citamos un verso muy importante del libro de Mateo, donde Jesús da esta enseñanza tan profunda:
15 Ni se enciende una luz y se pone debajo de un almud, sino sobre el candelero, y alumbra a todos los que están en casa.
16 Así alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras, y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos.
Mateo 5:15-16
Jesús utilizó un ejemplo sencillo, pero poderoso: una lámpara. Los discípulos y la multitud que lo escuchaban podían entender fácilmente la comparación, porque sabían que una lámpara solo cumplía su propósito cuando era colocada en lo alto. Lo mismo ocurre con nosotros. Si escondemos nuestra fe o la vivimos con temor, estamos dejando de cumplir el propósito para el cual fuimos llamados. Pero si permitimos que esa luz brille en lo alto, otros serán alcanzados y glorificarán a Dios.
Jesús nos enseña que nuestra luz debe estar en alto para que ilumine a todos los que nos rodean. Esto significa que cada acción buena, cada gesto de amor y cada palabra de ánimo son oportunidades para que otros vean la obra de Dios en nuestras vidas. No se trata de que nos glorifiquen a nosotros, sino de que todo el honor sea para nuestro Padre celestial. Cuando las personas vean un cristiano íntegro, bondadoso y firme en su fe, no tendrán más opción que reconocer que Dios es real.
Por tanto, no escondas tu luz. No dejes que el miedo, la vergüenza o las críticas apaguen lo que Dios ha puesto en ti. Recuerda que el mundo necesita ver esa luz en medio de tanta oscuridad. Cada sonrisa, cada oración por alguien necesitado y cada acto de obediencia al Señor son como destellos que iluminan la vida de quienes aún no conocen a Cristo. Seamos lámparas que nunca dejan de alumbrar, porque nuestra luz no proviene de nosotros mismos, sino de Cristo en nosotros, la esperanza de gloria.