Dios, como creador de todas las cosas, conoce a cada uno de nosotros, por lo cual, de Él es que viene nuestra protección. Si hoy podemos decir que somos guardados, es únicamente por Su gracia y por Su poder. El ser humano, con todos sus avances, nunca podrá garantizar seguridad plena, porque solo el Señor es quien nos sostiene. En Su Palabra encontramos que no se duerme el que nos guarda, y esa es una verdad que debe llenarnos de confianza todos los días.
El Señor es nuestra luz y nuestra salvación, y solo en Él podemos confiar con certeza. No hay otro fundamento seguro en el cual descansar. Cada día, Él ilumina nuestro caminar para que no tropecemos ante los problemas, sino que podamos ver con claridad el propósito que tiene para nosotros. Esa luz es la que nos da sabiduría para decidir, valor para enfrentar las pruebas y paz para seguir avanzando. Así como el sol ilumina la tierra, la presencia de Dios ilumina nuestro espíritu.
El Salmo 127 es un cántico gradual atribuido a Salomón, un hombre que experimentó tanto la gloria de la sabiduría como los peligros de desviarse del camino del Señor. Este salmo nos recuerda que la prosperidad y la seguridad no dependen del esfuerzo humano en primer lugar, sino de la bendición de Dios. Por más que alguien se esfuerce en sus proyectos, si Dios no está en medio, todo terminará siendo vano.
El segundo verso añade que es inútil levantarse de madrugada, trasnochar y trabajar con ansiedad si no se reconoce que la bendición viene de Dios. Muchos viven angustiados, corriendo de un lado a otro, acumulando fatiga y preocupaciones. Sin embargo, el salmista nos recuerda que a Sus amados Dios les da descanso. Este no es un llamado a la pereza, sino a confiar en que, después de haber hecho nuestra parte, es Dios quien prospera lo que hacemos y nos concede paz interior.
El tercer verso presenta otra enseñanza valiosa: los hijos son herencia del Señor. En tiempos donde muchos ven a los hijos como carga o responsabilidad, la Palabra de Dios afirma que son un regalo de gran estima. La vida misma es un don divino, y reconocerlo nos lleva a valorar la familia como una bendición y no como un peso. Es Dios quien nos permite disfrutar de esa herencia y nos capacita para cuidarla.
En conclusión, Salmos 127 nos invita a reflexionar sobre la dependencia que debemos tener de Dios en cada área de la vida. No es la fuerza del hombre, ni su inteligencia, ni su riqueza lo que asegura la estabilidad, sino la presencia de Dios. Si Él edifica, nada podrá derribar; si Él guarda, nada podrá destruir; si Él bendice, nada podrá quitar Su favor. Vivamos bajo esta certeza y pongamos siempre al Señor en primer lugar, porque solo así hallaremos verdadera paz y prosperidad.