El mismo Jesús dijo: «Yo soy el camino, la verdad y la vida» (Juan 14:6). Cristo es vida, y no es algo anticuado servirle, tampoco es perder el tiempo. Al contrario, en Cristo hemos encontrado lo que nunca habíamos hallado en nada ni en nadie: vida verdadera. Mientras el mundo ofrece placeres pasajeros y promesas vacías, Jesús ofrece una vida abundante que trasciende la muerte y permanece por la eternidad.
Los apóstoles y la iglesia primitiva entendían esto con absoluta claridad. Ellos sabían que Cristo era la vida misma, razón por la cual estaban dispuestos a entregar su propia vida por causa de Su Nombre. Lo hacían convencidos de que, aunque fueran perseguidos o martirizados, su esperanza no terminaba en la tumba. Al contrario, tenían plena seguridad de que la muerte en Cristo no es final, sino una transición hacia la vida eterna. Y lo cierto es que aquellos que mueren en Cristo no mueren eternamente, sino que viven en Él por siempre.
La Biblia nos recuerda esta verdad en las palabras del apóstol Pablo:
Vivir en Cristo significa que cada aspecto de nuestra vida diaria debe reflejar Su verdad. No se trata únicamente de esperar el momento de la muerte con confianza, sino de vivir aquí y ahora con la certeza de que estamos en Sus manos. Servirle con gozo, obedecer Su Palabra y ser testigos de Su amor es parte de lo que significa que “el vivir es Cristo”. Por otro lado, entender que “el morir es ganancia” nos da libertad frente al miedo a la muerte, pues sabemos que lo que nos espera es incomparablemente mejor.
El mundo teme a la muerte porque la percibe como un final absoluto. Pero el cristiano sabe que la muerte es simplemente la puerta hacia la eternidad con Dios. Por eso, aun en medio del dolor, de las pruebas o de la incertidumbre de este mundo, podemos tener la confianza plena de que Cristo es nuestra vida y nuestra esperanza eterna. Él venció a la muerte en la cruz, y por esa victoria también nosotros viviremos para siempre.
Conclusión: Jesús no solo es nuestro Salvador, sino también nuestra vida. Vivir en Él significa tener propósito, dirección y esperanza, y morir en Él significa recibir la mayor ganancia: estar en Su presencia por la eternidad. Que al igual que Pablo podamos decir con convicción: “para mí el vivir es Cristo, y el morir es ganancia”. Así, nuestra vida no será en vano, y nuestra esperanza será firme hasta el último suspiro.