Hermanos, hay una sabiduría que viene de Dios que nos ayuda a no hacer malas obras, sino a hacer las cosas correctas con gozo en el Señor, sabiendo que somos más que privilegiados por recibir de Dios sabiduría de lo alto.
Por esta obra maravillosa de Dios con nosotros, demos gracias y amemos en el amor de Dios, ayudemos a los demás a acercarse a Dios, y a entender su Santa Palabra.
El amor y la sabiduría son grandes bendiciones que nos da Dios, ya que con esta podremos amar y enseñar en el amor de Cristo Jesús, el cual nos bendijo con su sus riquezas en sabiduría. Alabemos a Dios con todo nuestro corazón.
Santiago nos habla claramente sobre la sabiduría que Dios da a cada uno de sus hijos, dejando en claro que esta su sabiduría no viene por sí sola, sino que es por el Dios grande y magnífico.
2 Hermanos míos, tened por sumo gozo cuando os halléis en diversas pruebas,
3 sabiendo que la prueba de vuestra fe produce paciencia.
4 Mas tenga la paciencia su obra completa,
para que seáis perfectos y cabales, sin que os falte cosa alguna.5 Y si alguno de vosotros tiene falta de sabiduría, pídala a Dios, el cual da a todos abundantemente y sin reproche, y le será dada.
Santiago 1:2-5
Esa sabiduría que Dios da en abundancia a cada uno de nosotros nos ayuda a saber soportar esos momentos de pruebas y obtener la victoria en el Señor. Por eso alegrémonos en el Señor por su gran amor y sabiduría, estemos gozosos en todo, y ante todo actuemos con paciencia en el Señor.
La sabiduría como regalo divino
La sabiduría que proviene de lo alto no es simplemente conocimiento humano ni fruto de nuestras experiencias, sino un regalo perfecto que desciende del Padre de las luces. Mientras la sabiduría terrenal está limitada y muchas veces contaminada por intereses egoístas, la sabiduría de Dios es pura, edificante y transforma nuestras decisiones. Al recibirla, aprendemos a discernir entre lo correcto y lo incorrecto, y desarrollamos un corazón dispuesto a hacer la voluntad divina en todo tiempo.
Sabiduría en medio de las pruebas
Santiago resalta que las pruebas no deben ser vistas como castigos, sino como oportunidades para crecer espiritualmente. En esos momentos de dificultad, la sabiduría nos ayuda a ver con los ojos de la fe y comprender que, aunque atravesemos valles oscuros, Dios está formando nuestro carácter. La paciencia que se desarrolla en medio de la prueba es una evidencia de que el Señor nos está perfeccionando y preparando para cosas mayores.
El amor unido a la sabiduría
No se puede hablar de sabiduría sin hablar de amor, porque el verdadero entendimiento nos lleva a amar a Dios y al prójimo. Cuando la sabiduría divina guía nuestras vidas, aprendemos a tratar a los demás con misericordia, a hablar con prudencia y a actuar con compasión. Así se cumple el propósito de Dios: que no solo vivamos sabiamente, sino que extendamos esa gracia a quienes nos rodean, siendo luz en medio de un mundo que carece de dirección.
Cómo pedir y cultivar la sabiduría
El apóstol nos recuerda algo esencial: debemos pedir la sabiduría a Dios. No se trata de un esfuerzo humano, sino de una dependencia continua del Señor. La oración es la llave para recibir esta virtud, y la lectura constante de la Palabra fortalece nuestra mente y espíritu. Además, la obediencia a los mandamientos del Señor nos permite poner en práctica lo que aprendemos, para que la sabiduría no se quede solo en palabras, sino que se traduzca en acciones concretas.
Conclusión
La sabiduría que viene de lo alto es un tesoro incalculable que todo creyente necesita. Ella nos sostiene en las pruebas, nos enseña a amar y nos da claridad para caminar en la voluntad de Dios. No debemos confiar únicamente en nuestra propia prudencia, sino humillarnos delante del Señor y pedirle que derrame de su sabiduría sobre nosotros. Si lo hacemos con fe, Él nos dará abundantemente y sin reproche, guiándonos hacia una vida plena, fructífera y agradable a sus ojos.