Jesús nos dejó enseñanzas muy claras y prácticas para nuestra vida diaria. Una de ellas fue la comparación de los árboles y sus frutos, una metáfora sencilla pero profunda. Así como un buen árbol da frutos buenos y un árbol malo da frutos dañinos, de la misma manera podemos identificar la verdadera naturaleza de las personas por medio de lo que producen con sus palabras, actitudes y acciones.
El mismo Jesús dijo que un buen árbol da buenos frutos y que íbamos a conocer a los falsos profetas por sus frutos. Los frutos están visibles, usted sabe que los frutos de un árbol de manzana están a la vista, de la misma manera las acciones de los hombres, sean buenas o malas, están a la luz del día y no se pueden esconder. Un cristiano verdadero no solo se define por lo que dice, sino por lo que vive y refleja.
Pero la Biblia no solamente nos habla de las malas acciones de los falsos profetas, también hay una serie de frutos que nos dice que aquellos que viven en el Espíritu deben poseer:
22 Mas el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe,
23 mansedumbre, templanza; contra tales cosas no hay ley.
Gálatas 5:22-23
Muchas veces estos versos son dejados atrás cuando vamos a referirnos a la espiritualidad, y no debe ser así, porque son la esencia misma de un hombre y una mujer que en realidad lleva una vida espiritual saludable y digna de admirar. Estos frutos son la evidencia de que el Espíritu Santo gobierna nuestra vida y de que Cristo está siendo formado en nosotros.
Por ejemplo, el amor es el primer fruto mencionado, y no por casualidad, porque sin amor todo lo demás pierde sentido. El gozo es esa alegría interior que no depende de las circunstancias. La paz es el descanso del alma que confía plenamente en Dios. La paciencia nos ayuda a soportar las pruebas y tratar con mansedumbre a los demás. La benignidad y la bondad se reflejan en nuestras acciones de misericordia y ayuda al prójimo. La fe es la confianza inquebrantable en Dios. La mansedumbre nos hace humildes y dispuestos a escuchar, y la templanza es el dominio propio que nos libra de caer en excesos.
Cada fruto es una señal de madurez espiritual. Así como un agricultor espera con paciencia que su cosecha dé resultado, Dios espera de nosotros frutos que honren su nombre. No se trata de aparentar, sino de vivir conforme al Espíritu, porque nadie puede falsificar por mucho tiempo lo que no lleva en el corazón.
Tengamos cuidado de caer en el mismo error que los Corintios, quienes pensaban que por tener abundancia de dones espirituales eran realmente espirituales. Pablo les recordó que podían tener dones, pero si les faltaba amor y carácter, todo lo demás era ruido vacío. Esto nos enseña que los dones son importantes, pero no sustituyen la necesidad de dar frutos verdaderos.
Los dones son un regalo poderoso de Dios, pero los frutos son la demostración plena y pura de que realmente somos hijos de Dios, de que somos diferentes. Los dones pueden impresionar, pero los frutos convencen y transforman a quienes nos rodean. El mundo necesita más creyentes que vivan lo que predican, y esto solo es posible dejando que el Espíritu Santo obre en nosotros.
Conclusión: La vida cristiana no se mide por lo que decimos, sino por lo que vivimos. El verdadero creyente se conoce por sus frutos, y si en nuestra vida está presente el fruto del Espíritu, entonces podemos estar seguros de que estamos caminando bajo la guía divina. Hermanos, procuremos mostrar cada uno de esos frutos, porque al hacerlo glorificamos a Dios, bendecimos a quienes nos rodean y confirmamos que somos en verdad discípulos de Cristo.