Estemos confiados todos los días en el Señor, si su gracia y su misericordia están con nosotros, entonces no tenemos nada de qué preocuparnos, solamente de vivir bajo la voluntad divina de nuestro Dios. Él está con nosotros y si está con nosotros y le somos obedientes, todo será posible en nuestras vidas.
Debemos reconocer al Dios que nos da la gracia que necesitamos y esa paz que sentimos y que corre por todo nuestro interior. Glorifiquemos a nuestro Dios porque es grande y su infinito amor nos sostiene cada día.
La palabra de Cristo more en abundancia en vosotros,
enseñándoos y exhortándoos unos a otros en toda sabiduría,
cantando con gracia en vuestros corazones
al Señor con salmos e himnos y cánticos espirituales.Colosenses 3:16
Es muy claro lo que nos dice el verso 16 del capítulo 3 de Colosenses, que Cristo more en nosotros y que su palabra así mismo esté en abundancia en nuestros corazones, y ante todo cantemos al Señor himnos y cánticos espirituales. Si su Palabra permanece en nuestros corazones, podremos defendernos del enemigo cuando venga contra nosotros.
Seamos sabios en el Señor, así mismo animando en el Señor a aquellos débiles en la fe, para que puedan alabar y ser levantados en el nombre del Señor.
Y no nos olvidemos que la gracia y la presencia de Dios no nos dejarán solos, Él dice en su Palabra que su Espíritu Santo estará con nosotros todos los días hasta el fin. ¿Crees esto?.
La importancia de confiar en el Señor
Confiar en Dios no es una tarea de un solo día, sino un estilo de vida que se construye con oración, lectura de la Palabra y obediencia. Cuando vivimos confiados en el Señor, no importan las adversidades externas, pues nuestro corazón permanece firme. El salmista decía: “En paz me acostaré y asimismo dormiré, porque solo tú, Señor, me haces vivir confiado”. Esta confianza trae calma en medio de tormentas y seguridad en medio de incertidumbres.
La Palabra de Dios como guía
El apóstol Pablo nos exhorta en Colosenses a que la Palabra de Cristo more en abundancia en nosotros. Esto implica que no basta con leerla superficialmente, sino que debe habitar, permanecer y tener un espacio central en nuestras vidas. Cuando la Biblia es nuestra guía diaria, tenemos la sabiduría necesaria para enfrentar problemas y discernir lo que agrada a Dios.
Además, la Palabra nos transforma desde dentro. Ella ilumina nuestros pasos, fortalece nuestra fe y nos recuerda las promesas de Dios cuando el mundo intenta hacernos dudar. Al memorizar y meditar en ella, nuestra mente se llena de pensamientos santos y nuestra boca se convierte en instrumento de alabanza y edificación.
La gracia que sostiene
Muchas veces nos sentimos cansados o débiles, pero la gracia de Dios es la que nos levanta. Esa gracia es un regalo inmerecido que nos acompaña y nos da fuerzas para continuar. Es la misma gracia que nos da paz cuando enfrentamos pruebas y que nos recuerda que no estamos solos, porque Cristo prometió estar con nosotros todos los días hasta el fin del mundo.
Cuando comprendemos esta verdad, aprendemos a depender de Dios en cada área de nuestra vida: en la familia, en el trabajo, en las decisiones diarias y en nuestros proyectos futuros. Nada queda fuera del alcance de su gracia y de su cuidado.
Exhortarnos y animarnos unos a otros
El texto bíblico también nos llama a exhortarnos y enseñarnos unos a otros. Esto significa que no vivimos la fe de manera aislada, sino en comunidad. La iglesia es ese lugar donde los hijos de Dios se animan, oran juntos y se levantan en tiempos difíciles. Cantar himnos y salmos juntos no solo fortalece nuestra fe, sino que nos recuerda que formamos parte de un cuerpo, el cuerpo de Cristo.
Un creyente sabio no se limita a guardar la bendición para sí mismo, sino que comparte palabras de ánimo, consuelo y exhortación para que otros también crezcan en el Señor. Tal vez una palabra tuya pueda ser la chispa que avive la fe de alguien más.
Conclusión
En conclusión, vivir confiados en el Señor es reconocer que su gracia nos sostiene, que su Palabra nos guía y que su presencia jamás nos abandona. Si dejamos que Cristo habite en abundancia en nuestros corazones, no habrá temor ni circunstancia que nos derribe. Recordemos siempre alentar a otros, cantar con gratitud y mantenernos firmes en la fe. Solo así podremos experimentar la verdadera paz y seguridad que vienen de Dios.