En tiempos de crisis mundial, cuando las noticias parecen llenarnos de temor e incertidumbre, los creyentes tenemos un recurso poderoso que no se limita a las capacidades humanas: la oración. Este es un momento para ir de rodillas y pedir a Dios que haga algo en medio de esta gran pandemia que está azotando a la humanidad fuertemente.
La pandemia ha traído consigo un panorama de dolor, pérdida y desconcierto. Muchas familias han tenido que despedir a sus seres queridos, y otras han sufrido las consecuencias económicas de la situación. Sin embargo, la fe se ha mantenido en pie como una fuente de esperanza para millones de personas alrededor del mundo. Es en esos momentos de mayor debilidad cuando recordamos que nuestra fortaleza proviene de Dios y que Él sigue teniendo el control de todo.
El pastor Roberto Josés dos Santos afirmó que:
Dios escuchará la oración de la iglesia y liberará a Brasil de este mal.
Estas palabras trajeron consuelo y aliento a la comunidad cristiana de Pernambuco, que decidió unirse en un clamor público. Los miembros se arrodillaron en las calles y avenidas de las ciudades, levantando su voz a Dios. Pero esto no fue algo desorganizado e imprudente, sino que se realizó con responsabilidad, respetando la distancia social y cuidando las medidas de protección. Incluso se detalló que aquellos que son de una edad avanzada y aquellos que estaban en riesgo no debían asistir al momento de oración por Brasil, demostrando así que la fe no está reñida con la prudencia.
La escena de cientos de personas arrodilladas en intercesión recordó al pueblo de Dios que la oración es capaz de mover montañas. En medio del dolor, la iglesia se mantiene firme proclamando que Dios tiene el poder de cambiar realidades. En cada clamor se respiraba fe, confianza y esperanza en el Señor que ha prometido escuchar a sus hijos cuando se humillan delante de Él.
El pastor dirigió clamores por aquellos que ahora mismo se encuentran en trabajos vulnerables, como por ejemplo los policías, doctores, enfermeros, personal de limpieza, trabajadores de supermercados, entre muchos otros que siguen en primera línea enfrentando el peligro. Sus oraciones fueron un recordatorio de que la iglesia no debe orar únicamente por sí misma, sino también por los que sostienen a la sociedad en medio de la adversidad.
La Biblia enseña que debemos orar los unos por los otros, y este ejemplo en Pernambuco nos inspira a extender nuestras oraciones a nivel mundial. Desde nuestros hogares podemos unirnos en el mismo sentir, presentando delante de Dios a cada país, cada familia y cada persona que está luchando en este tiempo de prueba. La oración no está limitada por las paredes de un templo ni por las fronteras de un país; la oración puede llegar hasta lo más alto, donde nuestro Dios escucha.
Nosotros desde nuestros hogares sigamos pidiendo a Dios por el mundo, para que tenga misericordia de todo lo que está aconteciendo, y no olvidemos algo: Dios es bueno y para siempre son sus misericordias. Recordemos que aunque la enfermedad y el dolor parecen tener la última palabra, la misericordia de Dios se renueva cada mañana y su fidelidad es eterna.
Este es un llamado a no rendirse, a no dejar que el temor controle nuestras decisiones, sino a poner nuestra confianza en el Señor. Tal vez no podamos controlar lo que sucede en el mundo, pero sí podemos decidir cómo reaccionar: con fe, con esperanza y con oración constante. Así como aquellos creyentes en Brasil se arrodillaron en las calles, nosotros podemos doblar nuestras rodillas en casa, con la seguridad de que Dios escucha y responderá a su tiempo perfecto.
Que este testimonio sea un recordatorio de que en medio de la oscuridad siempre hay una luz, y esa luz es Cristo. Sigamos clamando, sigamos confiando y proclamemos con fe que el Señor traerá consuelo, sanidad y restauración a la humanidad. Al final, lo que permanecerá será la bondad y el amor eterno de Dios.
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