En medio de la pandemia mundial que paralizó prácticamente todas las naciones, las medidas de cuarentena se convirtieron en un tema de debate y de diferentes interpretaciones según los gobiernos y las comunidades. Las normas de aislamiento, aunque necesarias para la salud, también despertaron dudas sobre las libertades individuales, la práctica de la fe y el equilibrio entre seguridad y derechos civiles. Es en este contexto que encontramos el caso del estado de Florida, un ejemplo que generó controversia y muchas opiniones encontradas.
Al parecer las famosas cuarentenas no son tan estrictas en algunos lugares, por ejemplo en el estado de la Florida, a pesar de tener normas de quedarse en casa, el gobernador dio libertad a actividades que considera demasiado importantes, tales como: Pescar, correr, nadar e ir a la iglesia.
Según fuentes, justo en la semana del decreto un pastor de Florida fue arrestado por violar las reglas de su condado, ya que celebró un servicio violando así las leyes de «distanciamiento social». ¿Qué está haciendo el gobernador DeSantis? Prácticamente les está dando un pase de libertad a aquellas personas que piensan como el pastor arrestado.
Este caso abre una reflexión sobre cómo la fe y la práctica religiosa se ven afectadas en tiempos de crisis. La Biblia nos enseña que la iglesia no es un edificio, sino la comunidad de creyentes que permanecen unidos en espíritu y en verdad. Por eso, aunque el templo físico se mantenga cerrado, la fe no se detiene; al contrario, puede fortalecerse en los hogares, en las familias y a través de los medios digitales que hoy nos permiten conectarnos con miles de personas alrededor del mundo.
Muchos pastores han tomado esto por el lado amable, han cerrado sus iglesias, mantienen a sus miembros mediante comunicaciones por las redes sociales, con prédicas, oraciones y cánticos en vivo, en cambio, otros no, entienden que independientemente de la crisis deben reunirse, olvidando así que la iglesia no es un templo de cuatro paredes, sino nosotros mismos.
Este punto es muy importante porque nos recuerda que la verdadera fe no se mide por la asistencia física a un templo, sino por la obediencia, la prudencia y el amor al prójimo. Cuidarnos unos a otros también es un mandamiento implícito en la Palabra de Dios, y exponer a otros al contagio sin necesidad puede interpretarse como una falta de amor. El apóstol Pablo aconsejaba en varias cartas actuar con sabiduría y respeto hacia las autoridades, siempre y cuando esas normas no contradijeran la fe en Cristo.
Volviendo al tema de Florida, esa ley de DeSantis no es para todo el estado de Florida, sino para algunos condados en específico, ya que los demás deben mantener la ley de distanciamiento social mientras dure la cuarentena. Incluso, aún bajo la ley de DeSantis, aunque los pastores pueden celebrar sus servicios, solo lo pueden hacer con un máximo de 10 personas.
Lo cierto es que el gobernador DeSantis lo único que hace con esto es que este virus se esparza mucho más rápido de lo que debería, ya que mientras otros países hacen del aislamiento social algo estricto, a este hombre parece que no le interesa mucho.
Estas decisiones políticas también nos invitan a reflexionar sobre la responsabilidad de los gobernantes. Un líder debe pensar en el bienestar colectivo más allá de las presiones sociales o religiosas, y aunque la libertad de culto es un derecho fundamental, en situaciones extremas como una pandemia el cuidado de la vida humana debería ser prioritario. No se trata de impedir la fe, sino de preservarla en un marco responsable que evite pérdidas innecesarias.
Por otro lado, es increíble que en medio de momentos como estos existan pastores que quieran actuar tan imprudentemente pese a la dificultad del asunto, que persistan en reunirse como si no habrán más días. Solo pedimos que la gracia y misericordia de Dios nos ayude a salir de esto pronto.
En conclusión, la pandemia puso a prueba nuestra capacidad de obediencia, paciencia y solidaridad. El ejemplo de Florida nos deja la enseñanza de que debemos encontrar un equilibrio entre fe y responsabilidad social. Como creyentes, no dejamos de ser iglesia aunque no nos congreguemos físicamente; seguimos siéndolo en oración, en amor fraternal y en la esperanza de que Dios nos guardará. Confiemos en que, más allá de las decisiones humanas, la misericordia divina prevalecerá y pronto podremos volver a reunirnos sin temor, dando testimonio de prudencia y de fe firme en nuestro Señor.