La fe es uno de los pilares más importantes en la vida del creyente. No basta con decir con los labios que creemos en Dios, es necesario demostrar con nuestras acciones y actitudes que realmente confiamos en Él. La verdadera fe se refleja cuando ponemos toda nuestra confianza en la obra de Dios, cuando descansamos en su soberanía y reconocemos que sin Él nada podemos hacer.
Creer en el Señor implica un compromiso real, una entrega completa del corazón, donde no existe espacio para las dudas ni para la incertidumbre. Dios es Dios y en Él debemos tener plena confianza, aun cuando las circunstancias nos parezcan adversas. Una fe genuina nos permite caminar seguros, aun en medio de la tormenta, sabiendo que nuestro Padre celestial nunca nos abandona.
Una fe inquebrantable es la que nos ayuda a permanecer en el Señor, a conocerle más íntimamente, a estar cerca de Él en todo tiempo y a no dejarnos arrastrar por los vientos de dificultad que puedan llegar. Esa fe sólida nos da fuerzas para resistir las pruebas más duras, porque sabemos que Dios está con nosotros y que su poder nos sostiene.
En el libro de Mateo encontramos un ejemplo poderoso que nos enseña el valor de una fe firme y sincera. Se trata de un principal judío que vino a Jesús en medio de una situación muy dolorosa y desesperante. Su hija había muerto, pero la manera en que este hombre se acerca al Maestro es impresionante y digna de destacar. Veamos lo que dice el evangelista:
18 Mientras él les decía estas cosas, vino un hombre principal y se postró ante él, diciendo: Mi hija acaba de morir; mas ven y pon tu mano sobre ella, y vivirá.
19 Y se levantó Jesús, y le siguió con sus discípulos.
20 Y he aquí una mujer enferma de flujo de sangre desde hacía doce años, se le acercó por detrás y tocó el borde de su manto;
21 porque decía dentro de sí: Si tocare solamente su manto, seré salva.
22 Pero Jesús, volviéndose y mirándola, dijo: Ten ánimo, hija; tu fe te ha salvado. Y la mujer fue salva desde aquella hora.
23 Al entrar Jesús en la casa del principal, viendo a los que tocaban flautas, y la gente que hacía alboroto,
24 les dijo: Apartaos, porque la niña no está muerta, sino duerme. Y se burlaban de él.
25 Pero cuando la gente había sido echada fuera, entró, y tomó de la mano a la niña, y ella se levantó.
26 Y se difundió la fama de esto por toda aquella tierra.
Mateo 9:18-26
Observa lo que este hombre le dijo a Jesús después de que su hija acababa de morir: «ven, pon la mano sobre ella y ella vivirá». Sus palabras reflejan una fe sin dudas, un corazón totalmente convencido de que en Cristo hay vida y poder. Este principal judío estaba seguro de que Jesús podía levantar a su hija, y así fue. La niña resucitó porque hubo alguien que confió plenamente en la autoridad del Hijo de Dios.
Este pasaje también nos muestra otro ejemplo de fe: la mujer que padecía flujo de sangre por doce años. Ella había intentado muchos recursos humanos sin encontrar solución, pero se atrevió a acercarse a Jesús con la certeza de que solo tocar su manto sería suficiente para recibir sanidad. Y su fe fue recompensada. Jesús mismo la animó y confirmó que su fe había sido la clave para recibir el milagro.
Ambos casos nos recuerdan que la fe no es un concepto vacío, sino una actitud práctica que debe dirigir cada aspecto de nuestra vida. Creer en el Señor significa confiar en su Palabra aun cuando los demás se burlen, como ocurrió con las personas que se rieron de Jesús cuando afirmó que la niña no estaba muerta, sino dormida. La incredulidad de los demás no detuvo el poder de Dios, y así sucede también en nuestras vidas: lo que para muchos parece imposible, para Dios es totalmente posible.
Hoy en día enfrentamos problemas, enfermedades y situaciones que parecen no tener salida, pero este relato nos enseña que debemos mantenernos firmes en la fe. Tal vez la respuesta no llegue en el tiempo que esperamos, pero si confiamos en Dios, Él obrará en el momento oportuno. La fe es la llave que abre la puerta de los milagros y que fortalece nuestro espíritu en medio de la adversidad.
En conclusión, la enseñanza de Mateo 9:18-26 es clara: no basta con decir que creemos, hay que demostrarlo con una confianza absoluta en Cristo. El principal judío y la mujer del flujo de sangre se convirtieron en testigos de que la fe mueve la mano de Dios. Sigamos su ejemplo y pongamos toda nuestra confianza en el Señor, porque cuando creemos de verdad, veremos su gloria manifestarse en nuestras vidas.