Dios es inmenso

Hablar de Dios es hablar de un tema profundo e infinito. El hombre, con su capacidad limitada, siempre se queda corto al intentar describir la grandeza de su Creador. A lo largo de la historia, teólogos, filósofos y pensadores han intentado definir a Dios, pero todos llegan a la misma conclusión: no existen palabras suficientes para abarcar su inmensidad. La Biblia misma nos muestra que Dios es eterno, infinito y que sobrepasa todo lo que podamos imaginar. Por eso, antes de leer sobre su grandeza, es importante recordar que lo que decimos de Él siempre será una pequeña chispa de su verdadera gloria.

¿Cómo podemos definir a Dios? No hay palabras que le definan completamente, ya que es un ser tan inmenso e indescriptible para nuestras mentes finitas.

Debemos tener esto claro, Dios es demasiado grande, somos como hormigas delante de Él. No hay nada que se pueda asemejar o comparar con Dios, siquiera el ángel más poderoso es digno de ser comparado con el poderío de nuestro sublime Dios. Simplemente Él no tiene rivales, no hay quien le pueda hacer el frente, y no hay nada tan hermoso que se pueda parecer a Él.

La Palabra de Dios nos enseña que Él no solo es inmenso, sino también eterno, omnipotente y soberano. Cuando meditamos en estas cualidades, comprendemos que todo lo que existe depende de Él. No hay fuerza en el universo que pueda igualarse con su poder. Cada estrella, cada galaxia y cada átomo están bajo su control. Lo maravilloso es que, a pesar de ser tan grande, también se revela a nosotros en su amor y misericordia.

Vean lo que dice a continuación el profeta Isaías sobre la inmensidad de nuestro Señor:

Jehová dijo así: El cielo es mi trono, y la tierra estrado de mis pies; ¿dónde está la casa que me habréis de edificar, y dónde el lugar de mi reposo?

Isaías 66:1-2

¿Crees que Dios puede caber en un templo hecho por manos de hombres? Pues mira bien, el cielo es enorme, y es como un trono para Él, la tierra es grande en tamaño y es donde Él reposa sus pies. Posiblemente estas palabras no son literales, pero sí nos ayudan a comprender un poco sobre cuán grande es nuestro Señor.

Este pasaje nos enseña que Dios trasciende los límites humanos. Ningún edificio, por más majestuoso que sea, puede contenerlo. Las culturas antiguas edificaban templos para sus dioses pensando que allí habitaban, pero el Dios de Israel deja en claro que su grandeza no puede encerrarse en paredes. Él es Espíritu, y su presencia llena toda la tierra. Aun así, en su bondad, se manifiesta en lugares específicos para acercarse a su pueblo y escuchar sus oraciones.

Dios no se ajusta a nuestros pensamientos humanos, sino que Él es majestuoso y poderoso y siquiera los cielos de los cielos le pueden contener. Oh amados hermanos, la buena noticia es que nosotros servimos a ese Dios inmenso y que aún Él siendo tan grande, quiere tener una amistad con nosotros que somos más pequeños que una hormiga delante de Él.

Esto es lo que hace tan especial nuestra relación con Dios: su grandeza no lo aleja de nosotros, sino que lo acerca. El mismo Señor que gobierna el universo se interesa en tu vida y en la mía. Nos escucha cuando oramos, nos fortalece en nuestras debilidades y nos levanta cuando caemos. Aunque somos insignificantes frente a su gloria, su amor nos hace sentir valiosos y nos recuerda que fuimos creados a su imagen.

En conclusión, hablar de la grandeza de Dios es reconocer nuestra pequeñez, pero también es experimentar su cercanía. Él es inmenso, eterno e incomparable, pero al mismo tiempo es un Padre que nos ama y que quiere que le conozcamos. Que estas palabras nos motiven a rendirnos ante su majestad y a vivir cada día conscientes de que servimos a un Dios que no tiene igual. Su inmensidad nos sobrepasa, pero su amor nos abraza. Ese es el Dios en el que confiamos y al que adoramos.

Una fe inquebrantable, creer no basta
No nos podemos negar al propósito de Dios en nuestras vidas