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Altivez de ojos, y orgullo de corazón, son pecado

Altivez de ojos, y orgullo de corazón, son pecado

La humildad es una virtud que brilla en medio de un mundo lleno de orgullo y vanidad. La Biblia nos enseña que el corazón contrito y humillado jamás será despreciado por Dios. Por eso, debemos humillarnos delante del Señor, reconociendo que somos pequeños ante Su grandeza, débiles sin Su fuerza y absolutamente necesitados de Su gracia. El orgullo nos separa de Dios, pero la humildad nos acerca a Su presencia, porque nos lleva a depender de Él en todo momento y a reconocer que todo lo que tenemos y somos proviene de Su mano.

Cuando miramos en nuestro interior, entendemos que necesitamos cultivar un corazón humilde. La humildad no es solo una actitud externa, sino un reflejo genuino de lo que hay en lo profundo del alma. Reconocer nuestra necesidad de Dios es el primer paso hacia una relación sólida y verdadera con Él. Por eso, humillarse delante de Dios no es señal de debilidad, sino de sabiduría, porque entendemos que sin Él nada podemos hacer.

Porque Jehová es excelso, y atiende al humilde,
Mas al altivo mira de lejos.

Salmos 138:6

Este pasaje es claro: Dios está cerca del humilde, pero al orgulloso lo mira de lejos. No porque Dios no tenga el poder de acercarse, sino porque el altivo, al enaltecerse a sí mismo, se aleja voluntariamente del Señor. La altivez levanta un muro que impide ver la gracia de Dios en la vida, mientras que la humildad abre la puerta para que la misericordia y la bendición desciendan.

Cuando leemos los evangelios, vemos que Jesús constantemente enseñaba sobre la humildad. El Maestro denunciaba a los fariseos que se enorgullecían de su religiosidad, pero no vivían en verdad. En cambio, exaltaba a los que reconocían sus faltas y clamaban por misericordia. Jesús mismo, siendo Hijo de Dios, se despojó de Su gloria y tomó forma de siervo para mostrarnos el camino de la verdadera humildad. Él nos dio el mejor ejemplo: no vino para ser servido, sino para servir y dar Su vida en rescate por muchos.

Un ejemplo revelador en la Escritura es el del joven rico. La Palabra nos cuenta que este joven se acercó a Jesús con una pregunta sincera: ¿qué debía hacer para heredar la vida eterna? Jesús le respondió con mandamientos que el joven ya cumplía, pero luego le señaló lo que ataba su corazón: las riquezas. El Maestro le pidió que vendiera sus bienes y los diera a los pobres para que su tesoro estuviera en el cielo. El joven se entristeció porque no estaba dispuesto a desprenderse de lo que más valoraba. Aquí vemos cómo el amor a las riquezas puede convertirse en un obstáculo para alcanzar la verdadera humildad y someter el corazón a Dios.

La altivez, el orgullo y la vanidad son peligros espirituales que pueden crecer cuando confiamos demasiado en nuestras fuerzas, talentos o posesiones. El dinero y las pertenencias no son pecado en sí mismos, pero el amor desmedido a ellos puede esclavizar el corazón y alejarnos de la dependencia de Dios. Como dice la Escritura:

Altivez de ojos, y orgullo de corazón,
Y pensamiento de impíos, son pecado.

Proverbios 21:4

Por eso es tan importante recordar que todo lo que tenemos procede de Dios. La vida, la salud, la familia, los recursos y las oportunidades son dádivas de Su bondad. No hay motivo para gloriarnos a nosotros mismos, sino para postrarnos en humildad, reconociendo que sin Él nada somos. La verdadera grandeza está en vivir rendidos al Señor, confiando en Su gracia y no en nuestras fuerzas.

Conclusión: La humildad abre el cielo sobre nuestras vidas y atrae la mirada de Dios. El orgulloso se aleja, pero el humilde recibe gracia, fortaleza y dirección. Seamos personas que buscan agradar al Señor con un corazón sencillo, que reconocen sus debilidades y dependen de Su poder. Postrémonos cada día delante de Su presencia, con gratitud y adoración, sabiendo que al humilde Dios lo atiende y lo levanta. Caminemos en humildad, porque solo así reflejaremos el carácter de Cristo y seremos verdaderos hijos de nuestro Padre celestial.

Nada nos podrá separar del amor de Dios
La gloria de Dios se manifestará en nosotros, y nuestras bocas cantarán alabanzas
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