¡Oh todos los justos, aclamen al Señor y eleven cánticos de gratitud al único y verdadero Dios! Él es digno de recibir gloria, honra y alabanza por los siglos de los siglos. Nuestro refugio viene solamente de Él, por su misericordia estamos en pie y gracias a su fidelidad podemos vivir confiados en medio de este mundo lleno de incertidumbres. No hay otro nombre en el cual podamos encontrar abrigo, pues solo en el Señor hallamos descanso verdadero y seguridad eterna.
¿Quién es aquel que viene en nuestro auxilio en los momentos de mayor precariedad? Cuando la desesperación toca a nuestra puerta y sentimos que las fuerzas se agotan, Dios mismo se levanta como nuestro escudo. Él nos cubre bajo la sombra de sus alas poderosas, abre camino en medio de la oscuridad y nos muestra que aún en las tinieblas brilla su luz incomparable. Este es nuestro Dios: fiel, fuerte y amoroso.
¿De dónde más puede venir nuestro refugio sino de Él? Es Dios quien sostiene nuestros pasos y quien remueve los obstáculos que se levantan delante de nosotros. Si no tuviéramos su respaldo, ¿quién podría resistir los ataques del enemigo? Los dardos de fuego del maligno nos destruirían, pero el Señor se ha convertido en nuestra torre fuerte, en nuestro castillo, en el que nunca falla. Él es el Alfa y la Omega, el Principio y el Fin, el Dios que pelea nuestras batallas y nos asegura la victoria.
En Jehová he confiado;
¿Cómo decís a mi alma,
Que escape al monte cual ave?Salmos 11:1
Este pasaje nos recuerda que cuando nuestra confianza está puesta en Dios no necesitamos huir como si fuésemos aves indefensas. Aunque el mundo quiera infundir temor y el enemigo se levante con fuerza, podemos permanecer firmes porque nuestra seguridad está en el Señor. Si Dios no fuese nuestro refugio, ciertamente pereceríamos; sin embargo, su gracia nos guarda y su poder nos sostiene día tras día.
Nuestra alma debe clamar al Dios de nuestra salvación, así como la creación entera proclama su grandeza. Así como el sol sale cada mañana para toda la humanidad, sin distinción, así también la protección divina se extiende sobre los que confían en Él. No importa cuán fuerte sea la tormenta, el Señor tiene cuidado de nosotros, y bajo sus alas encontramos un lugar seguro donde descansar.
Un hombre por sí solo no tiene la luz necesaria para caminar en medio de la oscuridad. La vida sin Dios es un sendero lleno de peligros donde el adversario busca constantemente la ocasión para destruirnos. Pero cuando la presencia de Dios va con nosotros, la historia cambia. Él ilumina nuestro camino, nos guarda de tropiezos y nos libra de todo mal. El Señor se convierte en nuestro amparo, nuestro protector y nuestra guía.
Él es nuestro socorro en la angustia, nuestra roca firme en el momento de debilidad. En sus brazos encontramos fortaleza para levantarnos cada vez que caemos. Él nos da valor cuando el miedo intenta apoderarse de nuestro corazón y nos recuerda que no estamos solos. ¡Qué maravilloso es saber que nuestro Dios no nos abandona! Siempre está atento, siempre dispuesto a extender su mano de amor y sostenernos.
Querido lector, hoy más que nunca recuerda que tu refugio no está en las cosas materiales, ni en tus propias fuerzas, ni en las seguridades que ofrece este mundo. Tu verdadero refugio es Dios mismo. Solo en Él encontrarás paz, dirección y la confianza para seguir adelante. Refúgiate en su presencia, confía en sus promesas y deja que su amor sea tu fortaleza. Entonces podrás decir con certeza: “Jehová es mi roca, mi castillo y mi libertador”.
Conclusión: Nuestro Dios es el refugio seguro de los justos, el que sostiene nuestras vidas en medio de las pruebas. Él es escudo frente a la adversidad, sombra en el desierto, luz en la oscuridad y abrigo en medio de la tormenta. Caminemos confiados sabiendo que si Él es nuestro refugio, nada podrá vencernos. Solo en Él tenemos victoria.