Si vamos a los inicios de la iglesia primitiva nos daremos cuenta que ellos estaban «unánimes unidos», compartían un mismo sentir, el dolor del uno era el del otro, vendían todos sus bienes para que a ninguno le faltase nada. ¿Hoy sentimos el mismo amor por nuestro prójimo? No quiero ser pesimista en relación a la iglesia de hoy, por eso, mejor diré que debemos mejorar ciertas cosas y así conservar el amor en Cristo Jesús los unos a los otros.
La iglesia primitiva constituye un ejemplo vivo de lo que significa ser verdaderamente hermanos en la fe. Ellos no vivían en un cristianismo superficial ni individualista, sino que entendían que ser parte del cuerpo de Cristo implicaba cuidar y suplir las necesidades de todos. El amor fraternal era tan profundo que incluso estaban dispuestos a desprenderse de sus posesiones por amor al prójimo. Este tipo de entrega refleja la verdadera esencia del evangelio.
Hoy en día, como creyentes, tenemos el desafío de preguntarnos si vivimos con esa misma entrega y compasión. La sociedad actual promueve mucho el individualismo y la búsqueda de intereses personales, lo que puede afectar también a la iglesia. Sin embargo, el llamado de Cristo sigue siendo el mismo: amarnos los unos a los otros con un amor sacrificial y sincero.
Además, Judas nos exhorta a conservarnos en el amor de Dios. Esto implica permanecer firmes en la gracia y en la misericordia de Cristo, manteniendo siempre vivo ese amor que nos fue mostrado en la cruz. El amor de Dios no solo es un sentimiento, sino una acción constante que nos lleva a perdonar, a servir y a ser pacientes unos con otros. En un mundo lleno de egoísmo, la iglesia debe ser luz, mostrando un amor diferente y genuino.
No podemos permitir que como iglesia las divisiones lleguen a nosotros creando pleitos y contiendas, sino conservando el amor de Cristo en nuestras vidas, lo cual el mismo Cristo lo presentó como la regla de oro; amar al Señor con todo nuestro corazón y a nuestro prójimo como a nosotros mismos.
La unidad en la iglesia no significa que todos pensemos igual en todo, sino que a pesar de las diferencias de opinión, mantenemos la comunión en Cristo. El verdadero amor se manifiesta en saber escuchar, en ser tolerantes y en buscar siempre el bien común antes que el interés personal. Así es como el cuerpo de Cristo crece en armonía y en poder espiritual.
En conclusión, debemos permanecer en el amor, ser fervientes en la oración y los unos a los otros estimular nuestra fe en Cristo Jesús nuestro amado Señor, el cual viene pronto. Amén.
La iglesia del primer siglo nos deja un legado que no podemos ignorar: la importancia de la unidad, del amor mutuo y de la oración constante. Sigamos edificando nuestras vidas sobre la fe, confiando en la misericordia de Cristo y esperando con paciencia su regreso. Mientras tanto, amemos, sirvamos y seamos ejemplo de lo que significa vivir bajo el amor de Dios.