Su gracia nos ayuda en todos los momentos malos

La gracia de Dios es un regalo inmerecido que sostiene nuestras vidas en todo momento. Es por esa gracia que hoy estamos de pie, que podemos continuar a pesar de las dificultades, y que podemos declarar con certeza que somos más que vencedores en Cristo Jesús. No se trata de nuestras fuerzas, de nuestro mérito ni de nuestras capacidades, sino de la bondad infinita de Dios que decidió mirarnos con amor y extendernos su favor eterno. Por eso, debemos ser agradecidos y vivir cada día conscientes de esta maravillosa verdad.

No permitamos que esa gracia que Dios ha depositado en nosotros sea en vano. No la desaprovechemos ni la ignoremos, porque es la que nos sustenta, la que nos levanta cuando caemos y la que nos impulsa a seguir cuando sentimos que ya no tenemos fuerzas. La gracia de Dios no es un concepto abstracto, es una realidad viva que actúa en nuestro interior, transformando nuestro carácter, dándonos esperanza y asegurándonos la victoria frente a las batallas diarias.

Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia,
para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro.
Hebreos 4:16

Este versículo de Hebreos nos invita a acercarnos sin temor al trono de nuestro Padre celestial. La gracia de Dios no solo nos cubre de pecados, también nos abre el acceso a su presencia. Nos recuerda que no necesitamos intermediarios humanos ni méritos propios, porque Cristo ya hizo el sacrificio perfecto en la cruz. Por esa obra gloriosa, tenemos la libertad de acudir directamente al trono de Dios, donde siempre hallaremos misericordia y ayuda en el momento preciso. ¿No es esta una razón poderosa para vivir agradecidos y confiados?

Amado lector, si hoy te sientes débil, recuerda que la gracia de Dios es suficiente. Si atraviesas una prueba, su gracia es tu sostén. Si piensas que no podrás salir adelante, confía en que su gracia abrirá caminos donde no los hay. La gracia es como una fuente inagotable: no se agota con tus fallas, no se limita por tus temores, no se termina aunque el mundo te dé la espalda. La gracia de Dios siempre es mayor que tus errores y siempre te invita a levantarte una vez más.

El escritor a los Hebreos animaba a su pueblo a acercarse a Dios en tiempos de dificultad, y ese mismo llamado sigue vigente para nosotros. No podemos enfrentar las tormentas solos, pero sí podemos caminar seguros si confiamos en que la gracia de Dios va delante de nosotros. Esa gracia nos hace fuertes, nos da paz en medio de la tormenta y nos recuerda que nada ni nadie podrá derribarnos, porque estamos afirmados sobre la roca eterna que es Cristo.

Por eso, nuestra respuesta debe ser rendirle alabanzas, dar gloria a Dios y vivir vidas agradecidas. No podemos tomar la gracia como algo ligero, sino valorarla y atesorarla como el regalo más grande que hemos recibido después de la salvación. Gracias a esa gracia seguimos de pie, y gracias a esa misma gracia podremos terminar la carrera de la fe. Nunca olvidemos que la gracia de Dios no tiene fin: perdura para siempre y se renueva cada mañana.

Conclusión: Hoy más que nunca necesitamos refugiarnos bajo la gracia del Señor. En lugar de alejarnos de ella, acerquémonos con confianza al trono de la gracia, sabiendo que allí encontraremos consuelo, fortaleza y dirección. La vida es incierta, pero la gracia de Dios es constante y segura. No vivas en tus fuerzas, vive bajo la gracia que todo lo sostiene. Verás cómo tu vida será transformada y cómo en el Señor encontrarás el verdadero socorro, la paz y la bendición que nada ni nadie puede arrebatarte. ¡A Dios sea la gloria por su gracia incomparable!

Si no estoy firme en la roca fuerte que es Dios ¿Qué me pasaría?
Por Tu amor y sacrificio, nos postramos en honor a Ti Señor