La Palabra de Dios está llena de pasajes que no solo relatan hechos históricos, sino que también nos confrontan y nos invitan a reflexionar profundamente sobre nuestra propia vida espiritual. Uno de esos pasajes es la experiencia de Pedro caminando sobre el mar en medio de la tempestad, narrada en el evangelio de Mateo. Este relato no solo nos habla del poder sobrenatural de Jesús, sino también de la fragilidad de la fe humana y de la necesidad constante de mantenernos firmes en nuestra confianza en el Señor.
Todos sabemos que la fe no es algo estático. Podemos estar llenos de confianza en un momento y, al siguiente, sentirnos débiles y llenos de dudas. La Biblia nos enseña que incluso una fe pequeña, como un grano de mostaza, puede mover montañas. Pero esa fe debe ser ejercida y cuidada cada día mediante la oración, la lectura de la Palabra y la obediencia. Cuando descuidamos nuestra vida espiritual, cuando dejamos de orar, corremos el riesgo de menguar en la fe y de ser arrastrados por los vientos de la duda.
El evangelio nos cuenta una escena impresionante: Jesús caminaba sobre las aguas mientras los discípulos estaban atemorizados en medio de una tempestad. El miedo se apoderó de ellos, pero Jesús se acercó con palabras de ánimo: “¡Tened ánimo! Yo soy, no temáis” (Mateo 14:27). En ese instante, Pedro, con un acto de osadía y fe, pidió al Señor que le permitiera caminar hacia Él sobre el mar. Y Jesús, con amor y autoridad, simplemente le dijo: “Ven”.
Pedro fue reprendido por Jesús con las palabras: “Hombre de poca fe, ¿por qué dudaste?”. No fue un rechazo, sino una enseñanza. Jesús quería mostrarle que su fe podía ser más firme si aprendía a depender totalmente de Él. Esa lección es también para nosotros: la fe no significa ausencia de dificultades, sino confianza en medio de ellas. Y cada prueba que enfrentamos es una oportunidad para ejercitar y fortalecer nuestra fe.
Conclusión: La historia de Pedro caminando sobre las aguas nos recuerda que la fe, aunque pequeña, es poderosa cuando está puesta en Jesús. No importa cuán fuerte sea la tormenta ni cuán alto ruja el viento, si nuestros ojos permanecen fijos en Cristo, podremos seguir adelante. Y aun si dudamos y comenzamos a hundirnos, tenemos la certeza de que al clamar, Él nos extenderá Su mano. Que este pasaje inspire nuestra vida diaria a mantenernos firmes en la oración, en la confianza y en la certeza de que Jesús es el Hijo de Dios que está con nosotros en cada tempestad. Con Él, nuestra fe no será vencida.