En un mundo lleno de distracciones, voces que compiten por nuestra atención y circunstancias que nos quieren desenfocar, los creyentes estamos llamados a fijar nuestra mirada en una sola dirección: en Jesucristo. Poner los ojos en Jesús no es solo una recomendación espiritual, es una necesidad vital para quienes desean caminar firmes en la fe. Sin Él, nada somos; separados de Cristo no podemos dar fruto, y es por eso que la Escritura nos recuerda constantemente la importancia de depender únicamente de nuestro Señor. Él es la fuente de nuestra salvación, nuestro refugio y la roca inconmovible que nos sostiene en medio de las tormentas de la vida.
Jesús es el autor y consumador de nuestra fe. Esto significa que Él es el inicio y la meta, el principio y el fin de nuestra vida espiritual. No solo nos da la fe como un regalo, sino que también la perfecciona, la fortalece y la hace crecer a medida que caminamos con Él. Cada paso que damos en obediencia nos conduce a experimentar más de su gracia y a depender más profundamente de su poder. Confiar en Jesús nos permite avanzar, aun cuando todo a nuestro alrededor parece indicar lo contrario, porque nuestra seguridad no se basa en lo visible sino en la fidelidad de Dios.
Por esta razón, no debemos poner nuestra confianza en los hombres ni en las instituciones humanas. Por muy sabios o fuertes que parezcan, todos fallan, pero Cristo jamás falla. El salmista ya lo había dicho: «Mejor es confiar en Jehová que confiar en el hombre» (Salmo 118:8). Cuando depositamos nuestra confianza en las personas, corremos el riesgo de ser defraudados; pero cuando confiamos en el Señor, tenemos la certeza de que Él obrará siempre para nuestro bien y para la gloria de su nombre. Nuestros ojos deben permanecer fijos en Jesús, porque solo en Él encontramos la respuesta a nuestras necesidades más profundas.
La carta a los Hebreos nos da una instrucción clara sobre este punto:
1 Por tanto, nosotros también, teniendo en derredor nuestro tan grande nube de testigos, despojémonos de todo peso y del pecado que nos asedia, y corramos con paciencia la carrera que tenemos por delante,
2 puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe, el cual por el gozo puesto delante de él sufrió la cruz, menospreciando el oprobio, y se sentó a la diestra del trono de Dios.
Hebreos 12:1-2
Este pasaje nos recuerda que la vida cristiana es como una carrera de resistencia. Para correr con paciencia necesitamos librarnos del peso que nos estorba, de los pecados que quieren detenernos y de todo aquello que nos desvía de nuestra meta. La clave está en mantener nuestros ojos puestos en Jesús. Él nos da el ejemplo supremo de obediencia y perseverancia: soportó la cruz, menospreció la vergüenza y alcanzó la victoria. Ahora está sentado a la diestra de Dios, intercediendo por nosotros. Si miramos a Cristo, tendremos la fuerza para seguir corriendo sin desmayar.
Valorar el sacrificio de Jesús en la cruz es fundamental. No fue un acto simbólico, sino el precio real de nuestra libertad. Su muerte y resurrección nos abrieron un camino de paz y de gozo, y nos invitan a permanecer en sus sendas rectas. Cada vez que apartamos la mirada de Él, corremos el riesgo de perdernos, pero cuando fijamos nuestros ojos en Cristo, encontramos dirección, esperanza y propósito. Él es el pastor que guía nuestras almas y el guardián que protege nuestras vidas.
Conclusión: Poner los ojos en Jesús no es un acto pasajero, sino una disciplina diaria. Implica recordar constantemente quién es Él, qué ha hecho por nosotros y hacia dónde nos conduce. En medio de pruebas, dudas o alegrías, nuestra fe se fortalece al mirar al autor y consumador de la fe. Que cada día podamos correr la carrera con paciencia, dejando todo lo que estorba, y avanzando confiados en que la victoria está asegurada en Cristo. No quites la mirada de Él, porque solo en Jesús encontrarás vida, salvación y plenitud eterna.