Los que tienen necesidad de Dios serán saciados porque todo el que busca del Señor lo encontrará y Él suplirá sus necesidades. Esa es una promesa segura: Dios no desampara a los que le buscan de corazón. A lo largo de la historia bíblica vemos cómo hombres y mujeres acudieron al Señor en sus carencias y Él respondió de manera sobrenatural. El hambre espiritual siempre será saciada en la presencia de Cristo, porque Él mismo dijo: “Yo soy el pan de vida; el que a mí viene, nunca tendrá hambre; y el que en mí cree, no tendrá sed jamás”.
Lo primero es que debemos buscar a Dios sin ningún interés económico, porque el primer interés que debemos de tener es buscar primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas las demás cosas serán añadidas. Cuando nuestra motivación es pura y sincera, Dios se encarga de lo demás. Jesús enseñó en Mateo 6:33 que el orden correcto de la vida cristiana comienza poniendo a Dios en el centro. El error de muchos es poner lo material primero y dejar lo espiritual para lo último, pero la Escritura nos recuerda que todo lo demás es añadido cuando confiamos en el Señor.
Lo más importante es que debemos entender que Dios conoce todos nuestros pensamientos. Nada podemos esconder de Él, porque el salmista declaró: “Aun no está la palabra en mi lengua, y he aquí, oh Jehová, tú la sabes toda” (Salmo 139:4). Cuando venimos delante de Dios, lo hacemos sabiendo que Él ve más allá de nuestras palabras y de nuestras apariencias. El Señor escudriña la intención del corazón y recompensa a aquellos que se acercan con humildad y sinceridad.
Existen diferentes tipos de personas que comprenden que solo Dios puede ayudarles y sostenerles en sus situaciones de precariedad. Algunos buscan en su angustia un consuelo verdadero, otros se acercan porque reconocen que nada en este mundo puede llenar el vacío del alma. Para todos ellos la respuesta es la misma: Jesucristo. Él es el único que puede dar paz al corazón inquieto, descanso al cansado y fuerza al débil. Por eso somos más que bienaventurados al tener acceso directo al trono de la gracia.
Es muy claro lo que Jesús nos dice en el capítulo 5 del evangelio de Mateo. Allí se encontraba una gran multitud que lo seguía desde muy temprano escuchando sus enseñanzas. En ese contexto, Jesús abrió su boca para enseñar lo que hoy conocemos como las bienaventuranzas, palabras de vida que han marcado la fe de millones a lo largo de los siglos:
1 Viendo la multitud, subió al monte; y sentándose, vinieron a él sus discípulos.
2 Y abriendo su boca les enseñaba, diciendo:
3 Bienaventurados los pobres en espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos.
4 Bienaventurados los que lloran, porque ellos recibirán consolación.
Mateo 5:1-4
Jesús aquí les estaba dando una palabra a todas aquellas personas que lo seguían, pero no solo lo seguían de manera superficial, sino que creían en Él, que lo buscaban de corazón. Todos ellos serían saciados en gran manera si permanecían confiando en Jesús y en sus palabras, que son fieles y verdaderas. Sus enseñanzas no fueron palabras vacías, sino semillas de esperanza para todos los que reconocían su necesidad espiritual.
Jesús hablaba de aquellos pobres en espíritu, aquellos que tenían hambre y sed de justicia. Ellos serían saciados porque sabían que no podían salvarse a sí mismos ni encontrar plenitud en los bienes de este mundo. Para todas esas personas, Cristo traía consolación, restauración y liberación. En un mundo que ofrece soluciones temporales, Jesús ofrecía vida eterna y un gozo que no depende de las circunstancias.
Por eso creamos en el Señor. Si tenemos necesidad de Él, dirijámonos hacia su presencia. Él nos ayudará y nos levantará para que podamos luchar en Cristo Jesús, rebasando todos los obstáculos y todas las aflicciones que vengan. Su poder nos renueva, su gracia nos sostiene y su amor nos impulsa a seguir adelante. La fe no elimina las pruebas, pero nos asegura que no las enfrentaremos solos. El apóstol Pablo escribió: “Todo lo puedo en Cristo que me fortalece” (Filipenses 4:13), recordándonos que la fuerza verdadera proviene de Dios.
Cuando reconocemos nuestra necesidad espiritual y buscamos al Señor con sinceridad, Él no nos rechaza. La promesa en Mateo 5:6 dice: “Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados”. Esa es una garantía divina para todo aquel que anhela más de Dios. Si clamamos, Él responderá; si buscamos, lo hallaremos; si golpeamos la puerta de su presencia, Él abrirá para nosotros. Vivamos cada día con esta convicción: los que tienen necesidad de Dios jamás quedarán vacíos, porque Cristo mismo es nuestra plenitud.