Cuando hagamos algo para Dios, hagámoslo con agrado del corazón, no estando tristes en ningún momento, más bien con gozo del corazón porque debemos estar agradecidos de Dios por tener misericordia de nosotros y por escogernos para una buena obra. Nuestra vida cristiana no debe estar marcada por la queja ni por la pesadumbre, sino por un espíritu de servicio que brote del amor profundo hacia Aquel que nos salvó. Cuando servimos con gozo, testificamos al mundo que Cristo vive en nosotros y que su gracia nos sostiene en cada paso del camino.
Lo mejor ante todo es que demos las gracias a Dios por ser tan bueno con nosotros, por ese sacrificio hecho en la cruz del calvario para darnos vida y vida en abundancia. Nunca podremos comprender del todo la magnitud de ese amor, pero sí podemos responder con gratitud, adoración y entrega. Cada día es una oportunidad para agradecer, ya sea con palabras, con cantos, con obediencia o con actos de amor hacia los demás. El agradecimiento abre la puerta a una vida plena, pues quien agradece se mantiene humilde y reconoce que todo lo que tiene proviene del Señor.
No es que seremos recompensados por hacer una obra, o que de eso dependa nuestra salvación, NO, sino que Cristo nos escogió y por eso debemos estar contentos y actuar con amor en todo lo que hagamos. La salvación es un regalo gratuito, pero las buenas obras son la evidencia de esa transformación que el Espíritu Santo realiza en nosotros. Cuando servimos, no lo hacemos para ganar puntos delante de Dios, sino porque somos ya hijos amados, herederos de la gracia. Esa convicción nos libra de la carga del legalismo y nos impulsa a actuar en libertad y con alegría.
Porque somos hechura suya,
creados en Cristo Jesús para buenas obras,
las cuales Dios preparó de antemano para que anduviésemos en ellas.Efesios 2:10
Somos su creación, somos hechos con sus propias manos, por esta razón somos más que bendecidos y bienaventurados en el Señor. Por eso seamos sabios y de esta misma forma actuemos de buena voluntad, no veamos las cosas difíciles, más bien veamos todo positivo y pidiendo nuevas fuerzas a Dios para que de una buena forma podamos continuar con las buenas obras encomendadas por Dios a cada uno de sus hijos. El creyente que reconoce que es hechura de Dios camina con seguridad, pues sabe que el Padre no abandona lo que Él mismo formó.
Seamos buenos administradores de lo que el Señor puso en nosotros, y actuemos con regocijo. No nos apartemos de estas buenas obras, aprovechemos en todo momento lo que Dios depositó en nuestras manos. La vida cristiana también implica responsabilidad: administrar los dones, talentos, recursos y tiempo que se nos han confiado. No vivamos de manera descuidada, sino siendo conscientes de que un día daremos cuentas. Si sembramos con fidelidad, cosecharemos frutos que glorifiquen al Señor y bendigan a quienes nos rodean.
Estas buenas obras que Dios preparó para nosotros nos benefician en todo. Dios no nos deja solos, Él está presente cuando le necesitamos. Si le pedimos, nos responde de acuerdo a su voluntad. Así que atendamos con buena voluntad lo que fue puesto por Dios en nuestras manos. A veces podemos sentirnos cansados, pero ahí recordamos la promesa de Isaías: “los que esperan en Jehová tendrán nuevas fuerzas; levantarán alas como las águilas; correrán y no se cansarán, caminarán y no se fatigarán”. El Señor multiplica nuestras fuerzas cuando trabajamos para su gloria.
Además, las buenas obras tienen un efecto en nuestra propia vida espiritual. Cuando servimos, crecemos en paciencia, en mansedumbre, en generosidad y en carácter. Ayudar a un necesitado, animar a un hermano en la fe, visitar a un enfermo o simplemente dar una palabra de aliento son semillas de amor que fortalecen nuestra relación con Dios. Jesús mismo dijo que cualquier cosa que hiciéramos por uno de sus pequeños, a Él se lo hacíamos. Esa perspectiva transforma la manera en la que vemos cada acción cotidiana.
También debemos recordar que el testimonio de nuestras obras impacta a los demás. Muchas personas no leerán la Biblia, pero leerán nuestra vida. Por ello, actuar con amor, justicia, integridad y misericordia es una forma de predicar sin palabras. Pablo exhortó a los gálatas a no cansarse de hacer el bien, porque a su tiempo cosecharemos si no desmayamos. Esa perseverancia es la que distingue a los que caminan de la mano del Señor, pues no dependen de su fuerza humana, sino del Espíritu Santo que les guía.
Por último, que nunca falte en nosotros la gratitud. Que cada vez que emprendamos una obra, recordemos que somos instrumentos en manos de Dios. Él puede usarnos para iluminar la vida de alguien, para sembrar esperanza en un corazón herido o para levantar al que ha caído. Vivamos, entonces, confiados en que las obras que hacemos no son en vano, pues nuestro Padre las ve y las valora. Que podamos escuchar un día esas palabras gloriosas: “Bien, buen siervo y fiel; sobre poco has sido fiel, sobre mucho te pondré; entra en el gozo de tu Señor”.