Cuando miramos a nuestro alrededor, vemos montañas bien altas que al verlas nos asombramos por la hermosa obra hecha por las manos de Dios, pero no solo que nos asombramos, sino que la protección de Dios a nuestras vidas es mucho más alta que estas montañas.
Él es grande en poder y majestad, y su poder nos defiende de nuestro adversario. Si el enemigo quiere venir donde nosotros, debe cruzar esta gran muralla que nos cuida como escudo gigantesco el cual es Dios de los ejércitos.
Por eso debemos confiar en el Señor, depositar todo ante Él y no temer a aquello que nos hace el frente, más bien ponerlo delante de Aquel que es gigante y poderoso:
Dios mío, fortaleza mía, en él confiaré; Mi escudo,
y el fuerte de mi salvación, mi alto refugio;
Salvador mío; de violencia me libraste.2 Samuel 22:3
Solo El Señor nos puede proteger, no debemos dejar de creer en Él. Es como dice el versículo anterior, que Dios es nuestro alto refugio y nos sostiene día a día, a nada debemos temer porque Dios nos libera de todo plan del enemigo.
Dios nos da fuerzas para que sigamos adelante, para que avancemos en su nombre así como muchos hombres de la antigüedad creyeron en el Señor y fueron libertados de las garras del enemigo. Ellos creyeron en Dios y Él fue su escudo.
El mismo salmista David habla en varias ocasiones sobre cómo fue librado de sus adversarios, cuando enfrentó a leones y otras fieras, y cuando mató al gigante Goliat. Dios fue su defensor, Él lo salvó y le dio fuerzas para que pudiese vencer a aquellos que le hacían el frente. Por eso es bueno que siempre pongamos a nuestro Dios en alto y que demos la gloria a Él por las victorias que nos da, porque si su escudo no estuviera delante de nosotros, entonces nosotros hubiésemos sido derribados.
La protección divina no es algo simbólico, sino una realidad que se experimenta en la vida diaria. Muchas veces los problemas se levantan como gigantes frente a nosotros: enfermedades, falta de recursos, conflictos familiares o incertidumbres del futuro. Sin embargo, cuando recordamos que Dios es nuestro escudo, la ansiedad disminuye y la fe se fortalece. Él no solo promete acompañarnos, sino librarnos del mal y guiarnos por sendas de justicia.
En la Biblia encontramos innumerables testimonios de hombres y mujeres que decidieron confiar en el Señor y vieron su mano poderosa obrando. Moisés fue protegido de Faraón, Daniel fue librado de la boca de los leones, y los tres jóvenes hebreos no fueron consumidos por el fuego ardiente. Estas historias no son relatos lejanos, sino ejemplos de lo que Dios sigue haciendo en nuestros días. Él es el mismo ayer, hoy y por los siglos, y su fidelidad permanece intacta.
Confiar en el Señor también implica dejar de depender de nuestras propias fuerzas. Muchas veces creemos que tenemos el control, pero la vida misma nos muestra lo frágiles que somos. Un simple acontecimiento puede desestabilizarnos, pero si nuestra fe está puesta en Cristo, encontramos la paz que sobrepasa todo entendimiento. Esa paz es un muro protector que nos guarda aun en medio de las tormentas.
Debemos aprender a acudir a Dios en oración, reconociendo que nuestra seguridad proviene de Él. Cuando elevamos nuestras peticiones, lo hacemos al Creador de todo el universo, al que sostiene las montañas y gobierna los cielos. Si Él sostiene toda la creación, ¿cómo no sostendrá también nuestra vida? Esta certeza debe llenarnos de confianza para caminar sin miedo, sabiendo que hay un escudo espiritual que nos protege de todo dardo del enemigo.
En la actualidad, la sociedad vive bajo el temor de muchas amenazas: crisis económicas, violencia, guerras, enfermedades y catástrofes naturales. Pero los hijos de Dios podemos afirmar con convicción que nuestra esperanza no está en los recursos humanos ni en las circunstancias, sino en la fortaleza del Altísimo. Él nos guarda con su amor eterno y nos cubre con su gracia maravillosa.
En conclusión, así como las montañas son firmes y majestuosas, mucho más grande es la fortaleza del Señor que nos rodea. Él es nuestro alto refugio, nuestro escudo y nuestro salvador. No importa cuál sea la batalla, Dios está con nosotros y su poder es suficiente para librarnos de cualquier situación. Por eso, en lugar de vivir en temor, vivamos confiados en Aquel que nunca falla, dando siempre gloria a su nombre por la protección y las victorias que nos concede cada día.