La fe en Cristo produce buenas obras

En el cristianismo siempre han existido dos extremos, y cada lado tiene un grupo fiel de seguidores, y es por ello que debemos pedir a Dios en oración que nos guíe por el camino correcto, por el camino de verdad, que lo encontramos a la luz de las Escrituras.

En el tiempo de la reforma, la fe y las obras fueron el tema principal, ya que para la iglesia católica en aquella época las obras estaban por encima de la fe, o sea, ellos creían en las indulgencias y un montón de obras que según ellos te acercaban más a Dios. Pero lo cierto es que aprendemos a través de la Biblia que no hay obra que el hombre haga por más buena que sea que nos acerque a Dios, la única obra que nos acerca realmente a Dios es la obra de Cristo concluida en la cruz del calvario.

Veamos lo que el apóstol Santiago dijo sobre esto:

14 Hermanos míos, ¿de qué aprovechará si alguno dice que tiene fe, y no tiene obras? ¿Podrá la fe salvarle?

15 Y si un hermano o una hermana están desnudos, y tienen necesidad del mantenimiento de cada día,

16 y alguno de vosotros les dice: Id en paz, calentaos y saciaos, pero no les dais las cosas que son necesarias para el cuerpo, ¿de qué aprovecha?

17 Así también la fe, si no tiene obras, es muerta en sí misma.

Santiago 2:14-17

¿Acaso Santiago está contradiciendo aquí al apóstol Pablo cuando dijo:

Así que no depende del que quiere ni del que corre, sino de Dios que tiene misericordia.

Romanos 9:16

¿Santiago está diciendo que somos salvos por obras y Pablo dice que no? Lo cierto es que aquí no hay contradicciones, Pablo y Santiago están hablando de lo mismo. Pablo dice que no somos salvos por la obras, y esto es lo correcto, por otro lado, Santiago está diciendo que si somos realmente salvos entonces tenemos que estar acompañados de buenas obras.

Amados hermanos, Santiago dice: «Así también la fe, si no tiene obras, es muerta en sí misma». Y esto es cierto, estamos diciendo nuevamente que las buenas obras simplemente son la evidencia de que realmente hemos creído, que somos salvos.

Sería algo completamente contradictorio decir que somos salvos y no cumplir con cosas tan básicas como ayudar a un hermano, ayudar al necesitado.

De manera que, si realmente hemos creído en Cristo, eso producirá buenas obras hacía los demás.

Es importante entender que la salvación es un regalo de Dios, un don inmerecido que recibimos por la fe. Sin embargo, la verdadera fe nunca permanece estéril, sino que siempre produce frutos. Cuando una persona tiene un encuentro genuino con Cristo, su vida comienza a transformarse, y esa transformación se manifiesta en acciones concretas hacia el prójimo. No se trata de aparentar espiritualidad, sino de vivir una vida coherente con lo que confesamos.

Las buenas obras entonces son la respuesta natural de un corazón que ha sido alcanzado por la gracia. Ayudar al necesitado, visitar al enfermo, compartir con el que no tiene, son gestos que brotan del amor de Dios en nosotros. Jesús mismo enseñó que cuando ayudamos a los pequeños, a los más débiles, en realidad lo estamos haciendo a Él (Mateo 25:40). Por eso no podemos separar la fe de las obras, ya que ambas se complementan para dar testimonio del poder de Dios en nuestras vidas.

Pablo no contradice a Santiago, más bien, lo que ambos nos muestran es la armonía perfecta entre creer y actuar. Pablo enfatiza que la salvación no depende de las obras humanas, sino de la gracia divina. Santiago, por su parte, aclara que esa fe verdadera se evidencia en acciones prácticas. Una fe sin frutos es simplemente una fe superficial, una confesión vacía que no cambia al ser humano ni impacta a los que lo rodean.

Hoy en día también enfrentamos el mismo reto. Muchos se conforman con profesar la fe, asistir a la iglesia o participar en actividades religiosas, pero cuando llega el momento de mostrar compasión, misericordia y solidaridad, sus acciones no corresponden a sus palabras. La Biblia nos exhorta a que no amemos solo de palabra, sino con hechos y en verdad (1 Juan 3:18). Esto demuestra que desde el principio hasta el final de las Escrituras, Dios ha querido que su pueblo viva una fe activa y transformadora.

Al mirar la historia de la iglesia, podemos ver que los verdaderos hombres y mujeres de fe fueron aquellos que unieron su confianza en Dios con un servicio sacrificial a los demás. Los apóstoles predicaban la Palabra, pero también atendían a los pobres, consolaban a los que sufrían y se entregaban hasta la muerte por amor al evangelio. Esa misma actitud debe caracterizar a cada cristiano en la actualidad.

En conclusión, la fe y las obras no son rivales, sino compañeras inseparables. La fe nos conecta con Dios y nos otorga salvación, mientras que las obras son la prueba visible de esa fe en acción. Una fe genuina produce un corazón compasivo, dispuesto a servir y amar al prójimo como Cristo nos enseñó. Vivamos, entonces, una vida equilibrada en la que nuestra fe sea evidente a través de las obras que realizamos cada día, para gloria de Dios y testimonio del evangelio.

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