Recordamos a David por diversos hechos, pues fue rey de Israel, escribió la mayor cantidad de cánticos en el libro de los Salmos, y más allá, lo recordamos por la forma en que venció al gigante Goliat y dio gloria a Dios frente a todos los allí presentes. También lo recordamos por algunas necedades que cometió, como su pecado con Betsabé, pero no menos por la forma en que supo reconocer sus errores y arrepentirse. Además, es recordado por cómo perdonó a su enemigo Saúl repetidas veces, mostrando un corazón conforme al de Dios.
El tema del perdón es complejo, y para muchos puede ser incluso conflictivo, porque toca fibras muy sensibles de la vida humana. Cuando hablamos de perdón no podemos comenzar en otro lugar que no sea Jesucristo, pues Él es la mayor muestra de perdón. Jesús nos perdonó siendo nosotros culpables de toda maldad, y no solamente nos perdonó, sino que tomó nuestro lugar en la cruz. Nos amó de tal manera que murió como sacrificio perfecto por nuestros pecados. Su perdón no fue una simple palabra, fue un acto supremo de amor y obediencia al Padre.
Algunos creyentes suelen excusarse diciendo: «yo no soy Jesús» para no perdonar, justificando así su rencor. Pero debemos comprender que la Biblia nos manda a ser imitadores de Cristo. El estándar no es otro ser humano, es Cristo mismo, quien nos dejó el ejemplo perfecto de amor y perdón.
1 Sed, pues, imitadores de Dios como hijos amados:
2 Y andad en amor, como también Cristo nos amó, y se entregó a sí mismo por nosotros, ofrenda y sacrificio a Dios en olor suave.
Efesios 5:1-2
Esta es la mejor referencia de perdón que tenemos: el mismo Dios, Jesucristo. Pero además encontramos en la Escritura el ejemplo de David, quien en varias ocasiones tuvo la oportunidad de vengarse de Saúl, su enemigo, pero escogió perdonar. Saúl había intentado quitarle la vida muchas veces, motivado por los celos y la envidia, sin embargo David nunca levantó su mano contra él.
En el primer libro de Samuel capítulo 24 leemos que Saúl tomó a tres mil hombres para buscar a David. Durante esa persecución, Saúl entró a una cueva sin saber que David y sus hombres estaban dentro. Allí los seguidores de David lo animaron a matar a Saúl, pero David decidió no hacerlo. Solo cortó un pedazo del manto de Saúl, y aun ese acto le hizo sentir remordimiento en su corazón. Su conciencia le recordaba que Saúl era el ungido de Jehová, y que no debía atentar contra él.
4 He aquí el día de que te dijo Jehová: He aquí que entrego a tu enemigo en tu mano, y harás con él como te pareciere. Y se levantó David, y calladamente cortó la orilla del manto de Saúl.
5 Después de esto se turbó el corazón de David, porque había cortado la orilla del manto de Saúl.
6 Y dijo a sus hombres: Jehová me guarde de hacer tal cosa contra mi señor, el ungido de Jehová, que yo extienda mi mano contra él; porque es el ungido de Jehová.
1 Samuel 24:4-6
Aquí vemos claramente la diferencia entre Saúl y David. Saúl buscaba la muerte de David, pero David buscaba la honra de Dios. El perdón de David no fue una debilidad, fue una muestra de fortaleza espiritual y reverencia hacia el Señor. Reconocía que la venganza pertenece solo a Dios.
El propio Saúl tuvo que reconocerlo después de este acto:
17 Y dijo a David: Más justo eres tú que yo, que me has pagado con bien, habiéndote yo pagado con mal.
18 Tú has mostrado hoy que has hecho conmigo bien; pues no me has dado muerte, habiéndome entregado Jehová en tu mano.
19 Porque ¿quién hallará a su enemigo, y lo dejará ir sano y salvo? Jehová te pague con bien por lo que en este día has hecho conmigo.
1 Samuel 24:17-19
El perdón de David fue tan impactante que hasta su enemigo lo reconoció. Esta es la enseñanza que necesitamos: perdonar no nos hace menos, nos hace más justos, más parecidos a nuestro Señor. Perdonar no significa olvidar el daño recibido ni justificar el pecado de otros, significa confiar en que Dios es justo y que Él es quien tiene la última palabra.
Nosotros también enfrentamos situaciones donde alguien nos hiere, nos traiciona o habla mal de nosotros. Nuestra reacción natural es querer vengarnos, pero como hijos de Dios estamos llamados a algo mayor. El apóstol Pablo nos recuerda: “No os venguéis vosotros mismos, amados míos, sino dejad lugar a la ira de Dios; porque escrito está: Mía es la venganza, yo pagaré, dice el Señor” (Romanos 12:19).
Aplicación práctica
- Cuando alguien te haga daño, recuerda que tu primera respuesta debe ser orar, no vengarte.
- Busca oportunidades para mostrar amor, incluso cuando no lo recibas a cambio.
- Confía en que Dios es justo y que Él recompensará tanto tu paciencia como tu obediencia.
- Recuerda que perdonar no es una emoción, es una decisión que trae libertad a tu alma.
Esta sí que es una gran historia de perdón, y todo aquel que perdona demuestra que realmente pertenece a Dios. Aprendamos de David y de Cristo mismo, y recordemos que el verdadero poder no está en la venganza, sino en el amor que sabe perdonar. Cuando elegimos el camino del perdón, nos alineamos al corazón de Dios y mostramos al mundo que en nosotros habita la gracia del Señor.