A veces hay dificultades en la vida que nos hacen desfallecer la fe en Cristo Jesús. Dejamos todo lo bueno en el Señor porque no podemos soportar las pruebas, y más aún cuando hemos dejado caer la fe en medio de la tormenta. Es en esos momentos de debilidad cuando más necesitamos recordar que nuestra confianza no debe estar en lo que vemos, sino en lo que creemos. La fe es la certeza de lo que se espera y la convicción de lo que no se ve, y aunque nuestros ojos físicos no vean la salida, Dios ya la tiene preparada.
Cuando tenemos problemas, ahí es cuando más necesitamos pedirle a Dios que nos ayude a aumentar nuestra fe. No debemos olvidar que la fe no es algo que producimos por nuestras propias fuerzas, sino que es un don de Dios que se fortalece cuando nos acercamos a Él en oración, en la lectura de su Palabra y en la obediencia diaria. Así como los discípulos le dijeron a Jesús: “Auméntanos la fe”, también nosotros podemos clamar lo mismo en medio de la aflicción.
En medio de los problemas debemos orar a Dios, aunque a veces pensamos que Él no nos escucha. Pero no es así, porque el Señor siempre está atento a todo lo que hacemos. Su palabra dice que el que busca, halla; el que toca, se le abrirá; y el que pide, recibirá. Dios no llega tarde, Él siempre llega a tiempo, y aunque nos parezca que su silencio es olvido, en realidad es preparación. Él está trabajando en lo invisible mientras nosotros aprendemos a confiar en lo eterno.
El salmista David es un gran ejemplo de fe en medio de la adversidad. Este hombre fue perseguido por el mismo rey Saúl, quien buscaba matarlo. Sin embargo, a pesar de las luchas y pruebas que atravesó, David no levantó su mano contra el ungido de Jehová, sino que esperó en el Señor. Le pedía a Dios dirección, protección y victoria, y fue el mismo Dios quien lo libró de sus enemigos. David nos enseña que la fe verdadera no se desespera, sino que descansa en la justicia y el poder de Dios.
Es en los momentos malos cuando nuestra fe debe estar más firme. Sin fe es imposible agradar a Dios, y por eso debemos sostenernos en ella, aunque sea pequeña como un granito de mostaza. Esa pequeña fe tiene un poder extraordinario cuando está puesta en las manos del Dios Todopoderoso. No se trata de cuán grande sea nuestra fe, sino de cuán grande es Aquel en quien depositamos nuestra confianza.
Recuerda algo muy importante: si tienes fe, podrás soportar todas las pruebas y dificultades en el nombre de Jesús, que es nombre sobre todo nombre. La fe no elimina los problemas, pero nos da la fuerza para atravesarlos con esperanza, sabiendo que Dios pelea por nosotros. Con fe aprendemos que cada batalla es una oportunidad para ver la gloria de Dios manifestarse en nuestra vida.
Jesús les dijo: Por vuestra poca fe; porque de cierto os digo,
que si tuviereis fe como un grano de mostaza, diréis a este monte:
Pásate de aquí allá, y se pasará; y nada os será imposible.Mateo 17:20
La invitación hoy es a no desmayar, a no dejar que las pruebas apaguen tu fe. Clama, confía y espera, porque el Dios que abrió el mar, que derribó murallas y que levantó a los muertos, es el mismo que está contigo en este preciso momento. Si permaneces en fe, verás que nada será imposible, porque Cristo es tu roca firme y tu victoria eterna.