Extendí mis manos a Ti

A continuación veremos una súplica del Salmista David hacia Dios, para que fuera Él quien dirigiera en las decisiones que iba a tomar, porque sin la dirección divina David sabía que no podría hacer nada. En la vida del creyente ocurre lo mismo: podemos tener recursos, planes y estrategias, pero sin la guía del Señor todo se convierte en incertidumbre. David entendía que su dependencia debía ser absoluta, y por eso se humillaba ante Dios pidiendo dirección y socorro.

David pidió a Dios extender Sus manos para ser librado de aquellas personas que día tras día se levantaban para pelear en su contra. No eran enemigos pequeños, eran adversarios que buscaban destruirlo. Sin embargo, Dios nunca lo dejó caer en sus manos, sino que en cada batalla le entregaba la victoria. Esto nos recuerda que, aunque el enemigo se levante, si Dios está de nuestro lado, la victoria es segura. El respaldo divino no significa ausencia de luchas, sino seguridad en medio de ellas.

Extendí mis manos a ti,
Mi alma a ti como la tierra sedienta.

Salmos 143:6

Con esta expresión, algunos pudieran pensar que Dios no estaba poniendo atención a David, pero no era así. El levantar las manos era una expresión de rendición y de clamor profundo. David lo hacía porque sentía la necesidad de mostrar externamente lo que su corazón anhelaba internamente: la presencia de Dios. Como tierra árida y seca que necesita la lluvia, así estaba su alma, deseosa del toque del Altísimo. Nosotros también debemos reconocer que fuera de su presencia somos como tierra reseca que no puede dar fruto.

La sed que tenía David era fuerte, un anhelo desesperado de poder sentir que Su presencia le acompañaba, que no estaba solo en medio de las dificultades. El respaldo de Dios era tan visible que David no dudaba en buscarle en oración constante. Así como el cuerpo necesita agua para vivir, el alma del creyente necesita la comunión con Dios para permanecer firme. Quien tiene sed de Dios nunca será desamparado, porque Él mismo prometió saciar al que le busca con todo el corazón.

Respóndeme pronto, oh Jehová, porque desmaya mi espíritu;
No escondas de mí tu rostro,
No venga yo a ser semejante a los que descienden a la sepultura.

Salmos 143:7

Era tanta la sed de David por Dios que pedía una respuesta inmediata por su gran necesidad. Los ataques de sus enemigos lo habían debilitado tanto que confesaba que su espíritu desfallecía. En esa súplica se revela la vulnerabilidad humana: aún el rey más poderoso reconocía que sin la ayuda divina estaba perdido. Dios siempre venía en su socorro, lo fortalecía y renovaba su fe. Esto nos enseña a clamar con sinceridad cuando estamos en aflicción, confiando en que el Señor escucha la voz de los quebrantados.

A veces no es que Dios esconda su rostro, sino que permite que pasemos por momentos difíciles para que nuestra fe crezca y para glorificarse en gran manera. El silencio de Dios no significa abandono, sino preparación. Recordemos que el Señor no llega tarde, Él llega en el momento justo, cuando todo a nuestro alrededor parece perdido y entonces Su intervención resplandece con mayor poder.

Hazme oír por la mañana tu misericordia,
Porque en ti he confiado;
Hazme saber el camino por donde ande,
Porque a ti he elevado mi alma.

Salmos 143:8

En el versículo 8, David pide a Dios que le siga dirigiendo día tras día, que cada mañana pueda escuchar de sus misericordias, y que el camino por donde anduviera fuera un camino aprobado por Dios. La confianza de David no estaba en su ejército ni en sus estrategias militares, sino en el Dios que guía y protege. Esto nos recuerda que cada mañana debemos encomendarnos al Señor, buscando su dirección en oración, porque un solo paso fuera de su voluntad puede traer consecuencias dolorosas.

La confianza de David estaba completamente puesta en Dios. Para él no había otra opción, no había otro refugio. Esa misma confianza es la que hoy se nos demanda a nosotros como creyentes: aprender a descansar en Dios en medio de las batallas y no en nuestras propias fuerzas. Confiemos en Él, a Él demos todo nuestro clamor, porque Él siempre llega en el momento oportuno. Dios no te deja morir en medio de la guerra, Él está pendiente de ti y conoce tus necesidades.

Muchas veces, lo que Dios desea de nosotros es escuchar nuestro clamor genuino, vernos rendidos delante de su presencia. Así como David expresaba: “Mi alma a ti como tierra sedienta”, de igual manera debemos expresar nuestro anhelo por el Señor. Que cada oración nuestra sea un reflejo de dependencia y fe. Dios no rechaza un corazón contrito y humillado, y siempre responde al clamor de sus hijos.

Por lo tanto, amados hermanos, no dejemos de buscar la dirección del Señor. Extendamos nuestras manos en oración como lo hacía David, no como un gesto vacío, sino como una manifestación de nuestra necesidad constante de Dios. La tierra seca recibe vida cuando la lluvia desciende, y así nuestra alma recibe vida cuando la presencia de Dios se derrama sobre nosotros. Confiemos en Él en cada paso de nuestra vida, porque sin Su guía estamos perdidos, pero con Su dirección tenemos seguridad eterna.

Cómo debemos amar
Cómo sé si soy discípulo de Cristo